EL ANTIMPERIALISMO Y EL APRA
Nota Preliminar a la Primera Edición

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Dedicatoria
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Nota Preliminar a la Primera Edición
Nota a la Segunda Edición
Nota a la Tercera Edición
Nota a la Cuarta Edición
Nota a la Quinta Edición
I. ¿Qué es el APRA?
II. El APRA como Partido
III. Qué Clase de Partido y Partido de qué Clase es el APRA
IV. El APRA como un solo Partido
V. El Frente Único del APRA y sus Aliados
VI. La Tarea Histórica del APRA
VII. El Estado Antimperialista
VIII. Organización del Nuevo Estado
IX. Realidad Económico-Social
X. ¿Plan de Acción?
Apéndice. Artículos 27 y 123 de la Constitución Política de México, del 31 de enero de 1917

 

            Éste es un libro escrito hace siete años, que sólo ahora se publica. Creo necesario explicar los motivos de mi tardanza en darlo a la imprenta, proyectando de paso algo del ambiente -escenario y momento-, en que debió aparecer. Surgen así muchos recuerdos personales sin otra importancia para el lector interesado que la de aludir episódicamente a algunos aspectos más o menos notorios de la lucha antimperialista en Indoamérica durante el último decenio.

 

            Cuando regresé de Europa a los Estados Unidos y México al finalizar el verano septentrional de 1927, los principios generales de la doctrina aprista -enunciados desde Suiza e Inglaterra en los años 24, 25 y 26-, eran ya bastante conocidos y suscitaban vehementes discusiones en los sectores avanzados de obreros y estudiantes indoamericanos. El primer grupo de apristas del Perú había llegado ya desterrado a México y algunos espontáneos simpatizantes cubanos de la nueva doctrina batallaban por ella desde una revista recién fundada en La Habana, "Atuei"[1].

 

            Varios meses de permanencia en los Estados Unidos, donde cumplí un plan de labor de divulgación y organización apristas entre los estudiantes y trabajadores procedentes de este lado de América, precedieron a mi segunda visita a México. Su Universidad Nacional me había invitado a dictar una serie de ocho conferencias sobre problemas americanos y en ellas expuse la ideología del APRA y los lineamientos fundamentales de su programa.

 

            Los partidos comunistas criollos, que no habían logrado su intento de vitalizar las hoy semimuertas Ligas Antimperialistas -creadas por orden del Congreso Comunista Mundial de 1924-, agudizaron entonces su campaña de amargas críticas contra el APRA, en la que veían el origen de un movimiento rival. Los órganos de prensa del comunismo estalinista de Buenos Aires y México habían dado ya la voz de alerta. El APRA, según ellos, era un "peligro" para las endebles Ligas y para los mismos partidos de la III Internacional en nuestro Continente.

 

            Como se criticaba al APRA, desorbitada y simplistamente y las censuras se inflamaban con frecuencia de violenta palabrería tropical, los apristas peruanos exilados en México fundamos la revista "Indoamérica" con el fin de defender el nuevo movimiento y tratando de elevar la polémica con los comunistas a un plano doctrinario.

 

            Por aquellos días, plenos de inquietud, Sandino conmovía al mundo con sus gallardas hazañas, combatiendo tenazmente por la soberanía de la patria invadida. Al mismo tiempo, la sexta Conferencia Panamericana se celebraba pomposamente en la capital de Cuba bajo los auspicios del astuto Mr. Coolidge, del siniestro general Machado y de las dictaduras sudamericanas que contaban con el áureo y omnipotente puntal de Wall Street. Los verdaderos antimperialistas debíamos, pues, luchar seriamente contra los avances de la política del dólar -que aún vivía orgullosa su dorada prosperidad ilusionante-, y defendernos al mismo tiempo de la demagogia comunista, cuyo irritado verbalismo llega a furibundos extremos en estas cálidas zonas del planeta. Propugnando por el frente único libre del inexorable contralor de Moscú y por una acción realista, orgánica y eficiente contra el imperialismo, iniciamos los apristas tenacísima campaña desde la prensa y la tribuna.

 

            Fue entonces que Julio Antonio Mella, estudiante desterrado de Cuba y militante comunista, publicó un violento folleto contra el APRA[2]. Mella se había reencontrado conmigo en las sesiones del Congreso Antimperialista Mundial, reunido en Bruselas a principios de 1927. Le conocía desde que llegué desterrado a Cuba de paso a México en 1923, pero los debates de Bruselas, en los que refuté y conseguí el rechazo de su proyecto de resolución sobre las condiciones económicas y políticas de Indoamérica, nos distanciaron definitivamente. Mella era un mozo de gran temperamento emocional y de probada sinceridad revolucionaria. Fue, hasta la muerte, un luchador puro y un antimperialista inflexible. Creo que habría sido uno de los grandes realizadores de la libertad de Cuba, una vez que la experiencia le hubiera demostrado que el comunismo no es el camino mejor para la nueva emancipación de nuestros pueblos. Pero a fines de 1927 Mella, recién llegado de su visita a Rusia, se hallaba poseído de un juvenil fanatismo bolchevique, intransigente y ardido. Su folleto revela bien tal estado de ánimo. En páginas saturadas de agresividad e intolerancia reprocha al APRA lo que él llama con léxico europeizante "su reformismo". Lo acusa de ser un nuevo "Fascio" y de defender los intereses del imperialismo británico.

 

            Siempre he preferido hacer a discutir. Advertiré de paso que considero inseparable -especialmente en política, tal como debemos entenderla los hombres de este siglo-, el valor conceptivo de los vocablos HACER y ORGANIZAR; pues pienso que sólo organizando se hace, vale decir, se crea y construye perdurablemente. Pero la leguleyería criolla, la politiquería intrigante y anárquica, hervidero de egoísmos subalternos, ha legado una miserable experiencia de confusionismo a nuestros pueblos tan poco educados en la comprensión y práctica de la disciplina civilizadora. Y las izquierdas -que es lo que nos interesa-, se han infectado mucho de todos los vicios políticos de las oligarquías y partidos viejos. Por eso han llegado hasta el paroxismo en la manía discutidora, repitiendo muchas veces el cuento aquel de los conejos de la fábula... El APRA, nueva ideología y nuevo movimiento, no debía caer en el tiroteo bilioso y detonante que ha caracterizado a las histéricas disputas de nuestras facciones veteranas del izquierdismo: pero era imperativo plantear más a fondo sus puntos de vista y precisar su posición y actitud. Con tal propósito escribí este libro: para refutar los argumentos de Mella -alzando cuanto fuera posible el plano polémico-, para responder a los críticos de extrema izquierda y extrema derecha que ya menudeaban, y para exponer analíticamente las ideas centrales de mi doctrina. De abril a mayo de 1928, casi en el tiempo exacto que tuve para mecanografiarlas yo mismo en la habitación de un hotel de la ciudad de México, quedaron listas las páginas que hoy forman este volumen.

 

            No pude publicarlo de inmediato por falta de medios económicos. Los editores hacían propuestas usurarias y quienes formábamos el grupo de apristas desterrados en México estábamos empeñados en reunir dinero sin demora a fin de impulsar nuestra propaganda y realizar el plan de aproximarnos a Nicaragua para ponernos a las órdenes de Sandino. Mientras buscábamos mejores arreglos editoriales, se acercó la fecha de mi salida para Yucatán y Centro América, de donde había sido invitado por agrupaciones de estudiantes y obreros. Entre tanto, el folleto de Mella no halló mayor eco. Se vendió apenas y mereció solamente los consabidos comentarios elogiosos de la prensa comunista. Entonces resolví seguir mi camino hacia el Sur y aprovechar las horas de descanso que me dejara el viaje para ampliar estos capítulos. Pero esas horas no llegaron nunca. La historia accidentada de aquel peregrinaje inolvidable por el istmo centroamericano ha sido relatada ya.[3] Mis planes para ir a Nicaragua se frustraron. Después de pasar por Guatemala, Salvador y Costa Rica, las autoridades yanquis del Canal-Zone hicieron virar el timón de mis anhelos. A fines de 1928 volví a Europa, deportado, una vez más.

 

            A poco de mi llegada a Alemania, supe la noticia del cobarde asesinato de Mella, víctima de un agente de Machado. Entonces abandoné la idea de publicar lo escrito en México y me entregué tenazmente a recoger materiales y preparar una nueva obra, más vasta y documentada sobre los problemas indoamericanos y el Aprismo. En la "Preussischen Staatsbibliothek" trabajé con empeño acumulando datos y redactando el esquema de los primeros capítulos del nuevo libro. Hasta que un buen día de agosto de 1930 los diarios de Berlín turbaron mi trabajo con noticias de primera página procedentes del Perú: golpe de cuartel y caída del régimen que me había desterrado.

 

            La inquietud de la acción, los primeros pasos del Partido Aprista Peruano, que yo seguía ansiosamente desde el exilio, atrajeron todo mi interés desde entonces. Prohibido de regresar al Perú por el nuevo gobierno "revolucionario" de Lima, no pude repatriarme hasta un año más tarde. Interrumpiendo la tarea de completar mi libro vine al campo mismo de la lucha. Cuatro años de jornadas revolucionarias contra tiranías sedientas de sangre, larga prisión, persecuciones y escapes de la muerte -sin dejar nunca la labor en el Partido-, llenan esa etapa intensa y emocionante.

 

            Como resulta que después de siete años el libro escrito en México no ha perdido su interés y antes bien se actualiza, he decidido publicarlo. Me han estimulado a ello los numerosos lectores furtivos de los originales, conservados a pesar de sus repetidas prisiones y destierros, por mi compañero de Partido Carlos Manuel Cox. Son aquellos lectores quienes me han pedido revisar estos capítulos y me los han reenviado de Chile con tal fin. Salvo el prólogo polémico que servía de mascota de proa para responder a los ataques de Mella y algunas líneas beligerantes e inactuales del segundo capítulo, todo ha sido rigurosamente mantenido de los originales. Como fueron concebidas y redactadas, en el ambiente ya descrito, van estas páginas a poder de la "Editorial Ercilla" de Santiago, cuya excelente labor cultural es innecesario encomiar.

 

            Faltan, sí, y esto debo advertirlo, muchas de las anotaciones y referencias bibliográficas que acompañaban primitivamente a los originales. Algunas de las numerosas hojas sueltas en que figuraban acotaciones y citas, se han extraviado. Por eso he debido agregar ahora varias notas que, en dos o tres casos, corresponden a libros publicados después de 1928. Pero sepa el lector que no me ha sido posible hacer otra cosa. Desde noviembre de 1934 vivo en el Perú bajo la persecución más enconada. Los sicarios del general Óscar Benavides -el tirano limeño, a quien ya perfiló en un libro vigoroso el egregio precursor del Perú nuevo, don Manuel González Prada-[4], saquearon recientemente mi modesta biblioteca y archivos, destrozándolo y quemándolo todo. No perdonaron ni los innumerables apuntes que constituían un abundante material de trabajo acumulado en largos años de esfuerzos. Entre aquellos papeles había mucho de lo que este libro debía llevar en citas y datos al pie de cada página. Pero como obra de lucha que es, los blancos y vacíos que pueda acusar no son sino rastros mudos del paso brutal de la barbarie.

 

*  *  *

 

            Y antes de cerrar esta nota, creo necesario sumarizar algunos puntos de vista del Aprismo que considero esenciales para una buena inteligencia de su ideología. Tomo de base para estos sucintos párrafos de introducción, algunas de las ideas enunciadas en un artículo que escribí desde Berlín en 1930 para la revista "Atenea" de Concepción, Chile, cuyo texto forma el capítulo central de mi libro "Teoría y Táctica del Aprismo"[5].

 

            Económicamente, Indoamérica, es una dependencia del sistema capitalista mundial -parte o provincia del imperio universal del capitalismo financiero-, cuyos centros de comando se hallan en los países más avanzados de Europa, en los Estados Unidos de Norteamérica y ahora, también, en el Japón. Los continentes y pueblos de vida incipientemente desarrollada -"backward peoples", según la gráfica expresión inglesa-, forman las llamadas "zonas de influencia" del gran capitalismo que, en su etapa culminante de evolución, se expande y rebosa, conquista e imperializa al resto del mundo. Y aunque en todas las zonas de influencia existe más o menos aguda competencia de capitalismos -lucha por el predominio de la captura de mercados y contralor y usufructo de las fuentes de materias primas-, es evidente que por convenios expresos, por conquista y colonización, o como resultado de largos procesos de tenaz concurrencia, en cada zona prevalece una bandera capitalista. Es así cómo a pesar del enunciado teórico y generalizante que nos afirma que el capitalismo constituye una internacional, la realidad nos enseña que su imperio se halla dividido aún en poderosos grupos rivales, bien definido cada cual bajo los colores simbólicos de una oriflama patriótica.

 

            Alguna vez creo haber anotado que las dos formas o modalidades históricas del imperialismo tienen alegorías ilustres en sendas concepciones geniales del teatro inglés. En "César y Cleopatra" de Bernard Shaw y en "El Mercader de Venecia" de William Shakespeare. Shaw nos presenta at tipo de imperialismo clásico que conquista con el hierro y explota por el oro, cuando César vencedor del Egipto decadente, declara sin ambages al faraón niño y a los cortesanos pávidos, que necesita "some money". La otra forma imperialista, más novedosa y sagaz, que no usa las armas como instrumento previo de dominio, sino que invierte, presta dinero, para exigir después en el cumplimiento de un contrato la carne misma del deudor, halla su símbolo en la vieja figura de Shylock, creación inmortal de aquella shakesperiana "voz de la naturaleza de infinitos ecos..." Ambas formas históricas del imperialismo, muy antigua y muy moderna, subsisten hoy: la que manda inicialmente a los soldados para después exigir el botín y la que lo negocia con antelación en inversiones, préstamos, ayudas económicas de apariencia más o menos generosa, para enviar más tarde a los soldados si el forzado deudor no cumple. Aquélla ha sido más frecuentemente empleada por los grandes Estados europeos en la estructuración de sus imperios coloniales. Esta, característicamente yanqui, es usada también en zonas militarmente inaccesibles, por los imperialismos del viejo mundo.

 

            El tipo de imperialismo a lo "Shylock" predomina en Indoamérica. Campo prístino de la penetración capitalista inglesa, bajo cuya protección se produjo la revolución emancipadora del siglo XIX, fue más tarde, y es aún, campo de batalla de grandes competencias imperialistas, en las que el dólar lucha frente a la libra, dominando mercados, conquistando concesiones, prodigando empréstitos y subastando gobernantes. Desde el punto de vista estrictamente económico, los dos imperialismos anglosajones dominantes en nuestros pueblos han llegado a contrapesarse, reconociéndose mutuamente sus respectivas zonas de preponderancia. Pero, en virtud de condiciones objetivas más favorables y de la elástica interpretación de la doctrina de Monroe, el imperialismo yanqui mantiene en la mayoría de los Estados indoamericanos indiscutida supremacía y prevalencia. Por eso, la ostentosa autonomía de nuestras repúblicas es sólo aparente. Súbditas económicas de los grandes imperialismos, son ellos los que controlan nuestra producción, cotizan nuestra moneda, imponen precios a nuestros productos, regentan nuestras finanzas, racionalizan nuestro trabajo y regulan nuestras tablas de salarios. Y son los intereses de "sus" empresas y el provecho y prosperidad de "su" sistema lo que fijamente les obsede. Los beneficios que nuestros pueblos reciben dentro del engranaje de esas omnipotentes organizaciones económicas, quedan en segundo plano. Y como quien gobierna la economía gobierna la política, el imperialismo que, controla el sistema sanguíneo de nuestras colectividades nacionales, domina también, directa o indirectamente, su sistema nervioso. El Estado, expresión jurídica de su ilusoria soberanía, subsiste bajo la égida de los poderes extranjeros que guardan las llaves de sus arcas. La acción económica del imperialismo se proyecta sobre el campo social como el supremo determinador de la vida política de los veinte pueblos en que se divide nuestra gran nación.

 

            Empero, vale no olvidar que el sistema capitalista, del que el imperialismo es máxima expresión de plenitud, representa un modo de producción y un grado de organización económicos superiores a todos los que el mundo ha conocido anteriormente y que, por tanto, la forma capitalista es paso necesario, período inevitable en el proceso de la civilización contemporánea. No ha de ser un sistema eterno -porque lleva en sí mismo contradicciones esenciales entre sus métodos antitéticos de producción y apropiación-, pero tampoco puede faltar en la completa evolución de alguna sociedad moderna. Consecuentemente, para que el capitalismo sea negado, abolido, superado, debe existir, madurar y envejecer con mayor o menor aceleración, pero su presencia no puede suprimirse del actual cuadro histórico del desenvolvimiento humano. Las estupendas conquistas que sobre la naturaleza han conseguido la ciencia, los descubrimientos y la técnica al servicio del gran industrialismo y la obra emancipadora que está llamada a realizar la fuerza social que su sistema plasma y organiza -el proletariado-, son los legados de la era capitalista. Con ellos y por ellos deberá alcanzarse la estructuración de un nuevo orden económico.

 

            Ahora bien, cuando el capitalismo tramonta, es que se extiende y desplaza: deviene imperialista. Emigra, vuela lejos como el polen de ciertas plantas en flor y se asienta y germina donde halla condiciones favorables para prosperar. Es por eso que si, según la tesis neo-marxista, "el imperialismo es la última etapa del capitalismo"[6], esta afirmación no puede aplicarse a todas las regiones de la tierra. En efecto, es "la última etapa"; pero sólo para los países industrializados que han cumplido todo el proceso de la negación y sucesión de las etapas anteriores. Mas para los países de economía primitiva o retrasada a los que el capitalismo llega bajo la forma imperialista, ésta es "su primera etapa"[7]. Ella se inicia bajo peculiarísimas características. Las industrias que establece el imperialismo en las zonas nuevas, no son casi nunca manufactureras, sino extractivas de materia prima o medio elaboradas, subsidiarias y subalternas de la gran industria de los países más desarrollados. Porque no son las necesidades de los grupos sociales que habitan y trabajan en las regiones donde aquéllas se implantan las que determinan su establecimiento: son las necesidades del capitalismo imperialista las que prevalecen y hegemonizan. La "primera etapa del capitalismo" en los pueblos imperializados no construye la máquina ni siquiera forja el acero o fabrica sus instrumentos menores de producción. La máquina llega hecha y la manufactura es siempre importada. El mercado que la absorbe es también una de las conquistas del imperialismo y los esfuerzos de éste tenderán persistentemente a cerrar el paso a toda competencia por la trustificación del comercio. Así es cómo al industrializarse los países de economía retardada, viven una primera etapa de desenvolvimiento lento e incompleto.

 

            Tenemos, pues, planteado en Indoamérica un problema esencial que siendo básicamente económico es social y es político: la dominación de nuestros pueblos por el imperialismo extranjero y la necesidad de emanciparlos de ese yugo sin comprometer su evolución ni retardar su progreso. Ante todo, vale examinar una cuestión primaria e ineludible: si el capitalismo bajo su forma imperialista es la causa de nuestro sometimiento económico, ¿debemos librarnos de él destruyéndolo, abatiéndolo, para ganar así nuestra libertad? Quien responda negando rotunda y simplemente, dejará las cosas como están. Pero quien conteste afirmando también rotunda y simplistamente, implicará que Indoamérica puede suprimir una etapa de la historia económica del mundo, la cual, como hemos visto, no puede pasarse por alto. Además, la abolición del sistema capitalista de acuerdo con los postulados del marxismo, debe ser realizada "por el proletariado que se apodera del Estado y transforma desde luego los medios de producción en propiedad de éste"[8]. Pero la existencia de ese proletariado clasistamente definido y políticamente consciente de su misión histórica, supone un período más o menos largo de producción capitalista que, "transformando progresivamente en proletarios a la gran mayoría de la población, crea la fuerza que bajo pena de muerte está obligada a realizar esa revolución"[9]. Fácil es inferir que la abolición radical del sistema capitalista no puede cumplirse sino donde el capitalismo ha llegado al punto cenital de su curva, vale decir, en los grandes países que marchan a la vanguardia de la industria mundial, cuyas bien contexturadas clases proletarias deben realizar la trascendente tarea transformadora que el marxismo les señala. No ha de ser, pues, en los países coloniales o semicoloniales, que recién viven su primera o sus primeras etapas capitalistas, donde el capitalismo pueda ser destruido. En ellos, la clase proletaria llamada a dirigir esta revolución, está todavía muy joven, como joven es el industrialismo que determina su existencia. Nuestros proletarios pueden ser descritos con las palabras con que Engels alude al proletariado francés de principios del siglo pasado: "que apenas comenzaba a diferenciarse de las masas no poseedoras como tronco de una nueva clase", porque "el proletariado, aún enteramente inepto para una acción política independiente, se presenta como un estado de la nación oprimida y sufrida, incapaz de ayudarse a sí mismo y que, a lo sumo, podía recibir auxilio de arriba, de lo alto"[10].

 

            El caso de la revolución bolchevique que podría aducirse como una prueba en contrario a la tesis marxista -dado el no completo desarrollo industrial de Rusia al tiempo de su violenta transición de un régimen autocrático a la dictadura del proletariado-, es, si se analiza bien, prueba en favor. Rusia desde hacía dos siglos era ya gran potencia europea, vasto y poderoso conglomerado nacional. Su intervención en la política exterior se había producido "con el poder macizo que caracteriza a lo sólido" citando las palabras exactas de Hegel[11]. Su "abrumadora influencia ha tomado por sorpresa a Europa en varias épocas, ha estremecido a los pueblos occidentales y ha sido aceptada como una fatalidad o resistida sólo por compulsión", según observa Marx agudamente, quien anotaba además que Rusia representa "el único ejemplo en la historia de un inmenso imperio cuya misma existencia como poder, después de haber realizado acciones de repercusión mundial, ha sido considerada siempre como una cuestión de fe antes que como una cuestión de hecho"[12]. Pero Rusia había devenido ya un "coloso"[13]. Su excepcional situación geográfica -que abraza a dos continentes y que abarca el más vasto, uno de los más ricos y sí el más invulnerable territorio del mundo- ha sido y es el mejor escenario de su singular proceso histórico. Mas a pesar de su categoría de gran nación europea, de contar con un millón doscientos mil obreros industriales y con más de veinticinco mil usinas y fábricas en 1917[14], no ha conseguido abolir el sistema capitalista en Europa, ni dentro del país mismo. Por eso quizá el socialismo ruso deba considerarse "más como una cuestión de fe que como una cuestión de hecho". Rusia será socialista: no lo es todavía. Su sistema actual consiste en una supercentralizada y típica forma de capitalismo de Estado -trust gigante, monopolio único-, que ha de perdurar hasta que la completa industrialización de aquel país se cumpla. El imperialismo -que en Rusia asumía características especialísimas de mero desplazamiento del mismo tipo de industria manufacturera europea- ha sido abatido; y he ahí su indiscutible victoria. Pero desde el punto de vista de las relaciones internacionales económicas y políticas, el Estado Soviético se halla obligado a convivir con el mundo social que creyó derribar, formando parte del engranaje capitalista que proclama suprimir. Rusia espera para poder construir el verdadero socialismo que -en el exterior- advenga lo que sus líderes anunciaron como inminente hace más de tres lustros ya: la revolución social en los países bases del sistema capitalista por obra de sus proletariados compactos y cultos, y -en el interior- la realización de sus planes admirables de rápida industrialización nacional. Mientras tanto, el sistema capitalista subsiste en el mundo y amenazaría peligrosamente a la misma Rusia si ésta no hubiera mantenido hasta hoy sus seculares y excepcionalísimas condiciones de gran potencia inexpugnable: inmensa extensión, numerosa población, vigorosa unidad nacional, prepotente poderío militar, gobierno centralizado y férreo, e inagotables y completas reservas de recursos naturales.

 

            ¿Cuál, entonces el camino realista para la solución del complejo problema que plantea a Indoamérica su progresivo sometimiento al imperialismo? Si imperialismo es capitalismo y si éste no puede ser abolido sino por una calificada y enérgica clase proletaria industrial, de la que carecemos todavía, ¿debemos esperar que los proletarios bien estructurados y cultos de los países imperialistas nos liberten del sistema opresor? O ¿aguardaremos que en nuestros pueblos se produzca la evolución de la conciencia proletaria determinada por una prodigiosa intensificación industrial -capaz de atraer hasta nuestras latitudes los ejes mayores del capitalismo-, a fin de que pueda producirse aquí la quiebra total de su sistema? Si lo primero, deberíamos resignarnos a espectar el triunfo de la revolución socialista en Europa y Norteamérica para salir así de la tutela rigurosa del imperialismo y entrar en la idílica y paternal del nuevo régimen. Y si lo segundo, habría que propugnar por la aceleración de la penetración imperialista a fin de industrializarnos en grande -comenzando por explotar hierro, forjar acero y construir máquinas- para lograr así la formación de una auténtica clase proletaria que adquiera prontamente la conciencia y la capacidad plenas de su eminente rol libertador. Ambas soluciones, sin embargo, resultan hipótesis lejanas. El Aprismo sitúa el problema en términos más concretos, más realistas: si Indoamérica vive aún las primeras etapas del industrialismo que debe continuar necesariamente su proceso; si no tenemos aún definitivamente formada la clase proletaria que impondría un nuevo orden social y si debemos libertarnos de la dominación subyugante del imperialismo, ¿por qué no construir en nuestra propia realidad "tal cual ella es", las bases de una nueva organización económica y política que cumpla la tarea educadora y constructiva del industrialismo, liberada de sus aspectos cruentos de explotación humana y de sujeción nacional? Quienes se colocan en los puntos extremos de la alternativa política contemporánea -comunismo o fascismo- olvidan la dialéctica marxista y consideran imposible un camino de síntesis. Y olvidan algo no menos importante: que tanto el comunismo como el fascismo son fenómenos específicamente europeos, ideologías y movimientos determinados por una realidad social cuyo grado de evolución económica está muy lejos de la nuestra.

 

            Ya Engels escribía en su "Anti-Dühring": "Quien quisiera subordinar a las mismas leyes la economía política de la Tierra del Fuego y la de Inglaterra actual, evidentemente no produciría sino lugares comunes de la mayor vulgaridad", porque "la economía política es, fundamentalmente, una ciencia histórica (eine historische Wissenschaft); su materia es histórica, perpetuamente sometida al mudar de la producción y del cambio"[15]. Pues bien, entre la Tierra del Fuego e Inglaterra no sólo existen abismales diferencias en las formas de producción y cambio. Hay más: hay dos meridianos de civilización y un extenso continente que ofrece, entre esos dos puntos extremos, diversos grados de evolución, a los que corresponden leyes particulares que debe descubrir y aplicar la economía política. Y no sólo "producirá lugares comunes de la mayor vulgaridad" quien pretenda sujetar a las mismas leyes las realidades económico-sociales de la Tierra del Fuego y de Inglaterra, sino también quien intente identificar las leyes de ésta con las de cualquiera de los veinte Estados que quedan inmediatamente al norte de la Tierra del Fuego. Ése es, justamente, el punto fundamental del Aprismo en su análisis y estimativa de la realidad indoamericana. Saber que entre la Tierra del Fuego -parte de Indoamérica-, e Inglaterra -parte de Europa-, hay una serie de fases de la producción y del cambio que hace utópico todo intento de aplicación de las mismas leyes económicas y sociales de esas dos zonas del mundo. Reconocer que la relación de Espacio y Tiempo para apreciar esas fases o grados de evolución es imperativo. Y admitir que siendo las realidades diversas, diversos han de ser sus problemas y por ende, las soluciones. En síntesis, ubicar nuestro problema económico, social y político en su propio escenario y no pedir de encargo para resolverlo, doctrinas o recetas europeas como quien adquiere una máquina a un traje... No reincidir en la palabrería demagógica de nuestros comunistas y fascistas criollos que sólo producen hasta hoy "lugares comunes de la mayor vulgaridad".

 

            En el transcurso de los últimos siete años, desde que este libro fue escrito, la presión del imperialismo -yanqui o británico-, no ha decrecido en Indoamérica. La crisis capitalista, iniciada a fines de 1929, la ha agudizado más bien. Nuestras incipientes economías semicoloniales han resistido buena parte de uno de los más tensos y peligrosos periodos de desquiciamiento de las finanzas imperialistas. Hasta nosotros se han proyectado fenómenos insólitos como el del paro forzoso. Pero esta "crisis pletórica' -para usar la certera y avizora calificación del viejo Fourier-, nos deja claras enseñanzas confirmatorias de las tesis apristas: el carácter dual de nuestra economía que el imperialismo escinde en dos intensidades, dos ritmos, dos modos de producción -la nacional retrasada y la imperialista acelerada-, y la fundamental diferencia entre nuestra "primera etapa capitalista" importada por el imperialismo y "la última etapa" que comienzan a confrontar los países de más avanzada economía. Porque vivimos esa "primera etapa" y porque subsiste aún en Indoamérica el modo de producción propio, el atrasado y lento de nuestra feudalidad, hemos resistido a la última crisis con aparentes ventajas. La hemos soportado unilateral y parcialmente como unilateral y parcial es el sistema capitalista que el imperialismo ha yuxtapuesto sobre nuestra economía retardataria. Pero esta aleccionadora experiencia, que podría llevar a algún reaccionario a la conclusión ilógica de que más vale quedar como estamos para no sufrir los riesgos de las crisis, no es sino como el indeseable privilegio de quien no sufre los efectos de un golpe en un miembro paralizado de su cuerpo. La crisis ha esclarecido así que una gran parte de nuestra economía está desconectada de la producción y cambio que el imperialismo hipertrofia y artificializa en nuestros países. Pero ha probado, también, que aquella economía rezagada y propia es nuestra verdadera base de resistencia. Vincularla a un nuevo sistema que la modernice e impulse y libertarla de la presión imperialista que la inmoviliza por asfixia, es para Indoamérica necesidad vital.

 

            En Estados Unidos la crisis determinó la derrota del Partido Republicano. Con el advenimiento al poder de los hombres del "Democratic Party" insurgió un nuevo lema, muy apropiado a las difíciles circunstancias de la época: "la política del buen vecino". Como el curso de la historia no depende de la buena voluntad de un hombre o de un grupo, cuando incontrolables leyes económicas rigen su destino, la nueva política gubernamental norteamericana es transitoria y precaria. Es sólo "una política". Ella nos libra por ahora de intervenciones, bombardeos, desembarcos de marinos y demás formas hostiles de agresivo tutelaje, pero eso no tiene nada que ver con el imperialismo como fenómeno económico. Precisa, pues, repetir que el problema esencial de Indoamérica está en pie, urgiendo soluciones constructivas y eficientes. Nuestros pueblos deben emanciparse del imperialismo, cualquiera que sea su bandera. Deben unirse, transformando sus actuales fronteras en meros límites administrativos y deben nacionalizar progresivamente su riqueza bajo un nuevo tipo de Estado. Las tres clases oprimidas por el imperialismo: nuestro joven proletariado industrial, nuestro vasto e ignaro campesinado y nuestras empobrecidas clases medias, constituirán las fuerzas sociales normativas de ese Estado. Él no será ya instrumento del imperialismo, sino defensor de las clases que representa, vale decir, de las grandes mayorías de la población indoamericana. Así, la industrialización científicamente organizada, seguirá su proceso civilizador. Tomaremos de los países de más alta economía y cultura lo que requieran nuestro desarrollo material y el engrandecimiento de nuestra vida espiritual. Negociaremos con ellos no como súbditos sino como iguales. Sabiendo que ellos necesitan de nosotros tanto como nosotros de ellos, las leyes del intercambio deben cumplirse equilibradamente. Si la presión imperialista vence a nuestra resistencia nacional, el equilibrio que resulte no será el de la convivencia libre y justa: será el falso e intolerable equilibrio de hoy. Pero si nuestra resistencia detiene la presión del imperialismo -en economía como en física parecen gobernar los mismos enunciados-, habremos salvado el equilibrio de la justicia. Crear la resistencia antimperialista indoamericana y organizarla políticamente para garantía de nuestra independencia y seguro de nuestro progreso, es la misión histórica de estos veinte pueblos hermanos. Señalar realistamente el camino y dar los primeros pasos, es la tarea histórica del APRA.

 

                                                HAYA DE LA TORRE

                                  Incahuasi, Perú, 25 de diciembre de 1935

 

 


Notas



[1]     Fue clausurada por orden de Machado en 1928.

[2]     Julio Antonio Mella, ¿Qué es el Arpa?, México, 1928.

[3]     V. R. Haya de la Torre. ¿A dónde va Indoamérica?, Edit. Ercilla, Santiago de Chile, 1935. (1ra. y 2da. ediciones).

[4]     Manuel González Prada. Bajo el Oprobio, prólogo de Alfredo González Prada. Tipografía de Louis Bellenand et fils. París, 1933.

[5]     Haya de la Torre, Teoría y Táctica del Aprismo, 1a., 2a., 3a. y 4a. ediciones (agotadas). Lima, Santiago de Chile y Cuzco, 1931-1932, 5a. edición, Santiago de Cuba, 1934.

[6]     Lenin, Imperialism, the final stage of Capitalism (1917).

[7]     Tesis sostenida en esta obra.

[8]     Friedrich Engels, Herrn Eugens Dührings Unwalzung der Wissenschaft, Dritter, Abschnitt, II Theorestisches.

[9]     Engels, op. cit., III Abschnitt, II Theoretisches.

[10]    Engels, op. cit., III Abschnitt-Sozialismus, I Geschichtliches.

[11]    Hegel, Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal. Tomo II, Madrid, 1928. Edit. Revista de Occidente. Cuarta Parte. Cap. III, pág. 425.

[12]    Karl Marx, Secret Diplomatic History of the Eighteenth Century, Edited by his daughter Eleanor Marx Aveling. Swan Sennenschein & Co. Ltd. London, 1899. Cap. V, pág. 74.

[13]    Marx, Op. cit., Cap. V, pág. 74.

[14]    Maurice Paleologue, La Rusia de los Zares durante la Gran Guerra. Trad. castellana. Edit. Osiris, Santiago de Chile. Tomo II, pág. 161, tomo III, pág. 219. Véase también la nota de la pág. 147.

[15]    Engels, Op. cit., II Abschnitt, Politische Oeokonomie. I Gegestand und Methode.

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