II. El APRA como Partido
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Índice
Portada de la edición original
Nota de la Editorial Ercilla a la Primera Edición
Nota de la Editorial Ercilla a la Segunda Edición
Portada
Dedicatoria
Mención Fraternal
Nota Preliminar a la Primera Edición
Nota a la Segunda Edición
Nota a la Tercera Edición
Nota a la Cuarta Edición
Nota a la Quinta Edición
I. ¿Qué es el APRA?
II. El APRA como Partido
III. Qué Clase de Partido y Partido de qué Clase es el APRA
IV. El APRA como un solo Partido
V. El Frente Único del APRA y sus Aliados
VI. La Tarea Histórica del APRA
VII. El Estado Antimperialista
VIII. Organización del Nuevo Estado
IX. Realidad Económico-Social
X. ¿Plan de Acción?
Apéndice. Art. 27 y 123 de la Constitución de México del 31 de enero de 1917

El artículo que forma el capítulo anterior fue escrito originalmente en inglés para la revista de doctrina política The Labour Monthly de Londres, que lo publicó en diciembre de 1926. Se ha reproducido muchas veces en revistas y periódicos europeos y norteamericanos. Por ser, pues, muy conocido me sirve como punto de partida para este somero análisis de las normas del APRA. Mas como fue pensado y escrito en lengua extranjera y usando la terminología accesible al público europeo, debo, al presentarlo en nuestro idioma, explicar y ampliar la significación de alguno de sus puntos principales, especialmente los que se refieren al concepto aprista del Estado. Más adelante el lector habrá de reconocer la importancia de esta advertencia inicial.

 

También es necesario referirse al artículo de The Labour Monthly para historiar un poco la actitud de los comunistas hacia el APRA, bastante inconexa y contradictoria en verdad. Es interesante, porque mi más sincero propósito al escribir estas páginas, es orientar la polémica ideológica que los comunistas han provocado con sus críticas negativas, cuidando que la discusión no se desvíe de su línea dialéctica. Para referirme a la posición comunista, ha sido necesario también incluir en este libro la traducción del artículo "¿Qué es el APRA?".

 

Desde el primer momento, el APRA apareció como "un movimiento autónomo latinoamericano, sin ninguna intervención e influencia extranjera", como se dice claramente en el artículo. Esta declaración significaba, sin lugar a dudas, que la nueva organización no estaba sometida ni iba a someterse nunca a la Tercera, a la Segunda o a cualquier otra internacional política con sede en Europa; y definía así su fisonomía de movimiento nacionalista y antimperialista indoamericano.

 

Y aquí un poco de historia. A principios del otoño europeo de 1926 y hallándome en Oxford, recibí una amistosa carta de Lozowsky, el Presidente de la Internacional Sindical Roja o Profintern, quien me comunicaba que después de haber leído el artículo de The Labour Monthly traducido al ruso por una revista de Moscú, "daba la bienvenida al nuevo organismo". Lozowsky, con quien había conversado sobre los problemas sociales y económicos americanos durante mi visita a Rusia en el verano de 1924, no oponía en su carta objeción alguna a la declaración expresa del APRA para constituirse en Partido, ni a su carácter autónomo, tan nítidamente enunciado en las líneas que copio arriba. Se concretó a explicarme que disentía de nuestro plan de incorporar a los intelectuales de ambas Américas en el movimiento y especialmente a los norteamericanos, sosteniendo que los aliados antimperialistas que los pueblos indoamericanos deberían tener en los Estados Unidos, no debían ser los intelectuales burgueses o pequeño-burgueses, sino los obreros. La carta de Lozowsky era, pues, bastante vaga y repetía las conocidas frases hechas de la ortodoxia marxista. Conviene advertir que Lozowsky me escribía en inglés, lengua que recién comandaba bajo la dirección de una profesora norteamericana, quien sirvió de intermediaria durante toda esta correspondencia.

 

Respondí a Lozowsky extensamente y le ratifiqué algunos puntos ya enunciados durante nuestra charla en Moscú: las características muy peculiares de América, social, económica y políticamente; su completa diferencia de la realidad europea; la necesidad de enfocar los problemas americanos y especialmente los indo o latinoamericanos en su total extensión y complejidad. Le reiteré mi convicción sincera de que no es posible dar desde Europa recetas mágicas para la solución de tales problemas, expresándole que así como admiraba el conocimiento que los dirigentes de la nueva Rusia tienen de la realidad de su país, anotaba su palmaria carencia de información científica acerca de la realidad de América. Le advertía, además, que estas opiniones, ya emitidas personalmente en charlas con Lunatcharsky, Frunze, Trotsky y otros dirigentes rusos, me determinaron, después de una serena y muy minuciosa visita al gran país de los Soviets, a no ingresar al Partido Comunista, por creer, como creo, que no será la III Internacional la que ha de resolver los graves y complicadísimos problemas de Indoamérica. Luego, respondí a sus objeciones sobre la participación de los intelectuales en la lucha antimperialista y le expuse mis puntos de vista sobre la misión de las clases medias y sobre la participación de los obreros norteamericanos en la lucha antimperialista, cuestiones que trataré en los últimos capítulos de este libro. Planteé a Lozowsky algunos puntos sobre el conflicto de los imperialismos y sus proyecciones en la lucha liberatriz antimperialista de los pueblos indoamericanos. Por este lado -que aludía al Japón e interesaba más a Lozowsky- se desvió la polémica epistolar, que cesó un buen día. Alguna de aquellas cartas circuló impresa durante el Congreso Mundial de la Internacional Sindical Roja de noviembre de 1927 y figura en las versiones oficiales publicadas por el Congreso. En ellas consta que Lozowsky, refutando mis ideas, y lamentando que no militara yo en las filas comunistas, aludió con generosidad a mi capacidad para enfocar los problemas de América y a mi sinceridad política. Aparecen, asimismo, las palabras de Lozowsky declarando su oposición a que la circulación de esa carta en el Congreso diera lugar a exaltaciones personales por parte de ciertos comunistas criollos. Entonces, el delegado peruano Portocarrero hizo de mí una enérgica defensa. (Versión inglesa y española del Congreso Mundial de la Internacional Sindical Roja de Moscú, 1927).

 

Todas estas referencias cuyos detalles han sido imprescindibles, demuestran que después de la carta de Lozowsky -portadora de una franca enhorabuena por la fundación del APRA- la opinión cambió. Entiendo yo que convencidos de que nuestra declaración proclamando al APRA como "un movimiento autónomo latinoamericano, sin ninguna intervención e influencia extranjera", los comunistas perdieron totalmente sus esperanzas de captar al nuevo organismo. El APRA, así, no podía servir de instrumento al Comunismo.

 

La actitud aprista se definió además -poco después de mi correspondencia con Lozowsky-, en el Congreso Antimperialista Mundial que se celebró en febrero de 1927 en el Palacio de Egmont, de Bruselas. El APRA no fue oficialmente invitada, pero, individualmente, fuimos especialmente llamados los apristas con algunos prominentes intelectuales indoamericanos. La influencia y contralor del Partido Comunista resultaron inocultables en aquella asamblea, que reunió a las más ilustres figuras del izquierdismo mundial. A pesar de la fuerte presión comunista y del ambiente de fácil optimismo, frecuente en tales asambleas, mantuvimos nuestra posición ideológica y el carácter del APRA como organismo político autónomo tendiente a constituirse en Partido. De nuevo el artículo de The Labour Monthly se leyó y comentó. En los debates nos opusimos a quedar incluidos bajo el comando de la Liga Antimperialista Mundial que, sabíamos, era una organización completamente controlada por la III Internacional, no para el interés de la lucha antimperialista, sino para servicio del Comunismo. Empero, cooperamos sinceramente a dar al Congreso los mejores resultados constructivos. Rechazado por unanimidad un proyecto de resolución presentado por Julio Antonio Mella, fui encargado de presentar otro. Así lo hice y fue aprobado en toda su parte expositiva. En el punto neurálgico sobre la participación de las burguesías y de las pequeñas burguesías en la lucha antimperialista, opusimos nosotros las objeciones del APRA a las consignas comunistas. Fue entonces que se produjo la más dramática polémica del Congreso. La delegación latinoamericana debió sesionar reservadamente durante cinco o seis horas para convencernos. Nosotros mantuvimos nuestras reservas. Dejando constancia de ellas, firmamos las conclusiones del Congreso; y así aparecen en sus documentos oficiales publicados en todos los idiomas conocidos.[9]

 

Bruselas definió, pues, la línea teórica aprista y planteó bien claramente nuestras diferencias con el comunismo. Era de esperarse que desde entonces el APRA fuera el blanco de críticas acerbas. Para el Comunismo no puede existir otro partido de izquierda que no sea el oficial de la III Internacional de Moscú, de ortodoxia estalinista. Toda organización política que no comanda Moscú debe ser execrada y combatida. Después del Congreso de Bruselas de 1927, lo fue el APRA.

 

Analicemos ahora algunas de las críticas más interesantes y más repetidas que se nos hacen, a fin de refutarlas metódicamente. Las más importantes, como es de suponer, se dirigen especialmente contra el APRA como "partido político".

 

En el capítulo anterior al tratarse de la organización del APRA, se dice literalmente:

 

"El APRA -que viene a ser el Partido Revolucionario Antimperialista Latinoamericano-, es una nueva organización formada por la joven generación de trabajadores manuales e intelectuales de varios países de la América Latina".

 

Y más adelante en el párrafo de conclusión:

 

"El APRA representa, consecuentemente, una nueva organización política de lucha contra el imperialismo y de lucha contra las clases gobernantes latinoamericanas que son auxiliares y cómplices de aquél. El APRA es el Partido Revolucionario Antimperialista Latinoamericano que organiza el gran Frente Único de trabajadores manuales e intelectuales de América Latina, unión de los obreros, campesinos, indígenas, etc., con estudiantes, intelectuales de vanguardia, maestros de escuela, etc., para defender la soberanía de nuestros países".

 

¿Por qué debe ser el APRA un Partido Político? La respuesta la hallamos sumariamente en el mismo artículo:

 

"...el Estado, instrumento de opresión de una clase sobre otra, deviene arma de nuestras clases gobernantes nacionales y arma del imperialismo para explotar a nuestras clases productoras y mantener divididos a nuestros pueblos. Consecuentemente, la lucha contra nuestras clases gobernantes es indispensable. El poder político debe ser capturado por los productores; la producción debe socializarse y América Latina debe constituir una Federación de Estados. Es éste el único camino hacia la victoria sobre el imperialismo y el objetivo político final del APRA, partido revolucionario nacional antimperialista".

 

Ahora bien, las objeciones teóricas de los comunistas pueden sintetizarse así:

 

1) El APRA como Frente Único Antimperialista está demás porque desempeña los mismos fines que la Liga Antimperialista Panamericana o de las Américas: fines de resistencia al imperialismo; y

 

2) Como partido también está demás, porque ya existen los Partidos Comunistas para cumplir la tarea política que se propone el APRA.

 

Examinemos ambas objeciones:

 

El Frente Único de las Ligas Antimperialistas dependientes de la III Internacional sólo enuncia un programa de resistencia contra el imperialismo. Pero resistir no basta. Protestar contra los avances del soldado yanqui en Nicaragua o en cualquier otro de los países agredidos de Indoamérica, es solo un aspecto de la lucha contra el imperialismo. El imperialismo es esencialmente, un fenómeno económico que se desplaza al plano político para afirmarse. En Europa el imperialismo es "la última etapa del capitalismo" -vale decir, la culminación de una sucesión de etapas capitalistas-, que se caracteriza por la emigración o exportación de capitales y la conquista de mercados y de zonas productoras de materias primas hacia países de economía incipiente. Pero en Indoamérica lo que es en Europa "la última etapa del capitalismo" resulta la primera. Para nuestros pueblos el capital inmigrado o importado, plantea la etapa inicial de su edad capitalista moderna. No se repite en Indoamérica, paso a paso, la historia económica y social de Europa. En estos países la primera forma del capitalismo moderno es la del capital extranjero imperialista. Si examinamos la historia económica indoamericana, descubriremos esta general característica: Con el capital inmigrado se insinúa en nuestros pueblos agrícola-mineros la era capitalista. Y es Inglaterra -donde el capitalismo define más pronto su fisonomía contemporánea-, la nación que inicia la exportación de capitales. "Comparadas con las de otros países, las inversiones británicas han actuado como pioneros en el descubrimiento y apertura de nuevos campos de desarrollo" dice C. K. Hobson[10].

 

No se ha producido, pues, en nuestros países la evolución que se observa en las burguesías inglesa, francesa o alemana, que fortalecidas como clases económicas, en un largo periodo de crecimiento, capturan por fin el poder político y lo arrebatan más o menos violentamente a las clases representativas del feudalismo. En Indoamérica no hemos tenido aún tiempo de crear una burguesía nacional autónoma y poderosa, suficientemente fuerte para desplazar a las clases latifundistas -prolongación del feudalismo colonial español-, que en la revolución de la Independencia se emanciparon de la sujeción político-económica de la metrópoli, afirmando su poder por el dominio del Estado. A las criollas burguesías incipientes, que son como las raíces adventicias de nuestras clases latifundistas, se les injerta desde su origen el imperialismo, dominándolas. En todos nuestros países, antes de que aparezca más o menos definitivamente una burguesía nacional, se presenta el capitalismo inmigrante, el imperialismo[11].

 

Es bien sabido que en el proceso económico moderno de algunos pueblos indoamericanos es difícil distinguir, a primera vista, el capital nacional del capital extranjero y sus líneas de separación originarias. Empero, si buscamos en todos ellos los comienzos del fenómeno capitalista, encontraremos casi siempre al capital inglés[12] o al yanqui, en oposición o en alianza entre si -más frecuentemente en oposición-; y en torno de uno y otro, formas embrionarias o pequeños intentos de un verdadero capital nacional.

 

Nuestras clases gobernantes y el Estado -su instrumento político de dominio-, en sus formas elementales o relativamente avanzadas de organización, expresan fielmente esta modalidad indoamericana del capitalismo que coexiste en la gran mayoría de nuestros países con el poderío aún invicto del latifundio.

 

Luchar contra el imperialismo en Indoamérica no es solo resistirle con gritos o protestas cada vez que el soldado extranjero, autorizado o no por los poderes del Estado intervenido e impotente, viola su soberanía de acuerdo con la clase o con una fracción de la clase dominante. Si examinamos la historia del imperialismo norteamericano, por ejemplo en el buen libro de Freeman y Nearing, The Dollar Diplomacy[13], se verá que siempre que los soldados yanquis han invadido nuestro suelo, lo han hecho en apoyo de un tratado, de un convenio o de una invitación formal de los representantes del Estado invadido. Cuando esos representantes, por cualquier circunstancia, han sido hostiles a las medidas adoptadas por el invasor, han sido automáticamente relevados del contralor de los negocios públicos, reemplazándolos con elementos más dóciles. No es necesario repetir -pues todos los indoamericanos lo sabemos bien-, que las dos terceras partes de la fuerza del poder imperialista en nuestros países radica en el dominio que él ejerce, directa o indirectamente, sobre los poderes del Estado como instrumento político de dominación.

 

La lucha contra el imperialismo en Indoamérica no es solamente una lucha de mera resistencia, de algazara de comités o de protestas en papeles rojos. La lucha es, ante todo, una lucha político-económica. El instrumento de dominación imperialista en nuestros países es el Estado, más o menos definido como aparato político; es el poder[14]. Parafraseando al fundador de la III Internacional, nosotros los antimperialistas indoamericanos debemos sostener que la cuestión fundamental de la lucha antimperialista en Indoamérica es la cuestión del poder.

 

La Liga Antimperialista Panamericana o de las Américas, como organismo de simple resistencia o propaganda antimperialista, es un organismo de limitada eficacia. Debemos en primer término, arrebatar el poder de nuestros pueblos al imperialismo y para eso necesitamos un partido político. Las Ligas Antimperialistas por incompletas, están demás y así se explica -¡oh aciertos del instinto popular!- que casi han desaparecido.

 

La respuesta a nuestras críticas sobre el papel inocuo de las Ligas no se da en público por razones "tácticas" -secreto a voces-, pero se sintetiza así: las Ligas no tienen acción política porque la tiene el Partido Comunista.

 

Y queda en pie la segunda objeción: el APRA como Partido está demás, porque ya existen los Partidos Comunistas que llenarán las finalidades políticas del APRA.

 

También es fácil rebatir este argumento que han sostenido especialmente los comunistas oficiales argentinos, los más ortodoxos en su argumentación de todos los que, ya objetando o ya cayendo y levantando en el lodo de las injurias, han recibido al APRA con ademanes hostiles. Respondemos:

 

El Partido Comunista es, ante todo, un partido de clase. El Partido o uno de los Partidos -no olvidemos a los socialistas- de la clase proletaria. Y el Partido Comunista, además de ser un partido de clase, exclusivo, cuyo origen ha sido determinado por las condiciones económicas de Europa, muy diversas de las nuestras, es un partido único, mundial -no una federación de Partidos-, cuyo gobierno supremo y enérgico se ejerce absoluta y centralizadamente desde Moscú.

 

Los países de Indoamérica no son países industriales. La economía de estos pueblos es básicamente agraria o agrícola-minera. Examínense las estadísticas. El proletariado está en minoría, en completa minoría, constituyendo una clase naciente. Son las masas campesinas las que predominan, dando una fisonomía feudal o casi feudal a nuestras colectividades nacionales. Un partido de clase proletaria únicamente, es un partido sin posibilidades de éxito político en estos pueblos. No olvidemos la experiencia histórica. En los tres o cuatro de nuestros países donde se han formado partidos comunistas, encontramos casos parecidos al de la Argentina, donde la sección de la III Internacional, una de las más antiguas, se ha dividido en dos fracciones inconciliables, cuya lucha es tenaz y enconada: el comunismo "oficial" y el comunismo "obrero". Hay más, el comunismo argentino se ha dividido antes de haber alcanzado una sola representación en el Parlamento de Buenos Aires en tantos años.

 

En la mayoría de nuestros países, la poca importancia del Partido Comunista no necesita exagerarse para reconocer que es mínima. En Chile y Uruguay el Partido Comunista ha logrado llevar representantes al Congreso, aunque la situación de esas repúblicas, especialmente la de Chile, nos revela hasta ahora el fracaso de la influencia de la III Internacional. La razón es económica. Sólo en los países donde la industria predomina relativamente, es posible descubrir alguna débil manifestación de las posibilidades del comunismo. No en los demás pueblos mas definidamente agrarios por razón también económica.

 

Es en los países agrarios donde la joven y reducida clase proletaria necesita aliados para tomar posiciones. "La alianza con los campesinos es suficiente", suelen decir algunos optimistas repitiendo la salmodia leninista europea, pero, sin referirnos a la experiencia histórica indoamericana, por obvia, recordemos que, a pesar de su poder numérico, los campesinos en nuestros países también necesitan aliados. Otros aliados, además de la clase obrera. Y entonces, forzoso es abandonar la idea de un Partido de clase, exclusivamente comunista, para reconocer la necesidad de un diferente tipo de partido político revolucionario y antimperialista que no es Partido de clase, sino de Frente Único.

 

            Antes de seguir adelante, detengámonos en otro punto de vista referente a la falta de progreso del Partido Comunista en Indoamérica. Lo primero que el observador atento descubre al estudiar la realidad política rusa es la extraordinaria capacidad de los líderes, su sólida preparación y solvencia intelectual y el conocimiento científico del gran problema de su país. El contraste con los líderes criollos es definitivo. En nuestras repúblicas existe lo que Trostky llamaba, en un capítulo memorable de sus polémicas con Gorki, "bohemia revolucionaria"[15]. Al corbatón y sombrero de anchas alas del anarquismo intelectual contra todo y contra todos -nuestro rebelde profesional- ha sucedido otra arrogancia menos pintoresca y menos estética, pero no menos exhibicionista del comunoide fanfarrón e inculto. ¡Freud encontraría mucho que estudiar y descubrir en esta devoción del alarde externo de nuestros improvisados reformadores del universo! Entre ellos, tenemos ya el tipo bastante conocido del nuevo burócrata "revolucionario": el que ha conseguido una Secretaría de Partido a sueldo, posición que defiende con frases hechas, con ademanes hieráticos y dogmatismo simplista, mientras abulta "la curva de la felicidad" del vientre orondo y burgués y mira desdeñosamente al "hombre-masa" que llegue hasta él.

 

Es ese falso liderismo de los comunistas criollos el que ha contribuido en mucho al rápido naufragio del barco bolchevique en nuestros mares. Entretanto, las grandes mayorías del proletariado indoamericano no han variado sus rumbos. Nuestra clase obrera, a medida que va definiendo más y más su conciencia de clase, adquiere con mayor justeza el sentido de la realidad. El proletariado consciente de Indoamérica ve con simpatía, con admiración y con curiosidad el gran fenómeno social de la Revolución Rusa, pero intuye las grandes diferencias de medio, de raza y de condiciones históricas entre el gran continente eslavo y nuestros pueblos. Adivina, además, las hondas diferencias éticas y mentales que separan a los conductores de la obra soviética de la mayor parte de los aupados dirigentes del comunismo criollo. Por eso mira a éstos con sincera repugnancia y no los sigue.

 

Ese contraste, que es intuición casi vidente en nuestro proletariado, se percibe claro, rotundo, desconsolador, en Rusia misma. De él se puede tener también una impresión más o menos exacta, conversando con los obreros o intelectuales sinceramente revolucionarios, comunistas o no, que hayan visitado Moscú, libres de alucinaciones. Cabe, pues, afirmar que -amén de las condiciones de nuestra realidad-, el partido comunista no ha progresado ni relativamente entre las clases obreras de estos países debido a la evidente incapacidad de sus líderes. Porque aunque históricamente no se pueda aceptar la proximidad de una dominación comunista europea en Indoamérica, creo que, bajo una inteligente dirección, gran parte de las masas proletarias que hoy militan en los partidos socialistas, laboristas y radicales de México, Argentina, Chile, etc., en alianza con las clases medias, pudieron ser captadas aunque fuera sentimental y temporalmente por el comunismo. Pero ni los partidos de izquierda no comunistas, han disminuido sus masas obreras, ni las poderosas organizaciones sindicales apolíticas que agrupan buen número de trabajadores han mermado sus filas. Los partidos de obreros y campesinos, de artesanos y clase media, y las filas sindicalistas siguen tan fuertes como antes en Buenos Aires, Santiago, Río de Janeiro, La Habana y México, etc. ¡Y no se diga ahora que las masas obreras siguen a los socialistas o sindicalistas por estupidez o ignorancia! ¡Libremos a las masas obreras de semejantes cargos, que corresponden más bien a los líderes comunistas criollos! La justicia así lo exige... Son ellos, paralíticamente ortodoxos, los que confirman el apotegma indiscutible: No hay pueblo o masa buenos o malos; sólo hay dirigentes buenos o malos.

 

De otro lado, la estricta organización centralizada del Partido Comunista no permite a sus dirigentes de Moscú, un conocimiento de los problemas lejanos de América. Hablando de este tema durante el Congreso Antimperialista de Bruselas con uno de los comunistas que formaron la aplastante mayoría de esa asamblea, me refirió que, al tratarse del entonces posible reconocimiento de la República Soviética por el Uruguay, se insinuó oficialmente en Moscú la conveniencia de designar a la Kollontay representante diplomático en México y Montevideo, simultáneamente, por ser "países próximos". Como quien dice El Salvador y Guatemala o Haití y Santo Domingo. Es explicable, por otra parte, que los líderes rusos no puedan tener conocimiento exacto de todos los problemas del mundo. El éxito relativo de los comunistas en Francia se debe al indiscutible valor intelectual de los líderes franceses. Basta oírles en la Cámara de Diputados de París para apreciar su gran capacidad política, su indiscutible sentido realista. El fracaso del Comunismo en Inglaterra[16] se debe, también, a que la III Internacional no cuenta con adeptos de importancia que logren arrancar a las masas de la dirección de los laboristas. De lo primero que yo me convencí en Moscú fue del desconocimiento, casi total, que se tenía en Rusia de Indoamérica. Tuve oportunidad de leer algunos originales informes y conversar con varios líderes sobre la situación política y social de nuestros países. Repito: el desconocimiento era casi absoluto. En el discurso del Presidente de la Tercera Internacional, Zinovieff, durante el V Congreso Comunista Mundial, en el verano de 1924, después de una breve referencia a los movimientos de Argentina y Chile, dijo más o menos estas palabras: "poco o nada sabemos de la América Latina". Y ante una objeción del delegado de México, Bertram D. Wolfe, intelectual yanqui, quien criticó esa ignorancia, el entonces ídolo y hoy proscrito jefe del comunismo, respondió: "no es nuestra culpa, es que no se nos informa". Este diálogo lo escuché desde la tribuna de los periodistas.

 

La ignorancia de nuestros problemas en Moscú es debida no sólo a los comunistas de Rusia. Examínese el programa de los partidos o grupos comunistas de América y véase si existe alguna referencia concreta al Imperialismo yanqui en nuestros países, antes de 1923. En 1924, durante las elecciones presidenciales de los Estados Unidos del Norte, el Workers Party of America o Partido Comunista, presentó como candidato a la presidencia de la república, al líder Foster. El candidato enunció un programa de reivindicaciones. Fácil era que ese programa abarcara todos los puntos que puede contener el de un candidato que sólo tiene que ofrecer. Empero, ni una sola palabra sobre imperialismo estaba escrita en él. Y en aquella época ya nuestro movimiento antimperialista se hallaba en marcha. ¡Es el Workers Party que ha exigido, después, el contralor de las Ligas Antimperialistas y el que aún las controla bajo el supremo comando de Mister Manuel Gómez, desde Nueva York![17].

 

Mientras tanto, el imperialismo ha avanzado triunfalmente, hasta convertirse en un peligro inmediato para todos nuestros pueblos. ¿Vamos a esperar que los líderes del comunismo criollo se capaciten, estudien o se transformen y descubran al final nuestra realidad, para que entonces nos dirijan con bien? ¿O vamos a repetir con ellos la historia de su etapa anterior de tanteos o intentonas que no se han acercado ni remotamente al éxito?

 

¿Será el Partido Comunista con sede y gobierno indelegable en Moscú el que conduzca a Indoamérica a su victoria contra el imperialismo? ¡Reflexionemos, sobre un mapa del mundo, ante una historia de nuestros pueblos y con honrada conciencia de nuestra realidad! La respuesta, aun la de los mismos comunistas capaces -de los pocos realistas tildados despectivamente por los demás como "derechistas", "intelectuales", "pequeños burgueses", etc.-, es negativa. El Partido Comunista en Indoamérica carece de fuerza y de autoridad para conducir la lucha antimperialista. Ni el nombre de la III Internacional, ni el nombre de su Liga Antimperialista Panamericana o de las Américas, condenada al fracaso, podrá nada. La fuerza de la corriente antimperialista es, en nuestros pueblos, más antigua que la III Internacional y más vasta que los exclusivismos de su partido de clase. Para que una clase social en Indoamérica fuera capaz de dirigir victoriosamente por sí sola a nuestros pueblos en la lucha antimperialista, tendría que llegar a las condiciones que Marx señala para la efectividad del comando clasista en una revolución: "Para que la emancipación de un pueblo coincida con la emancipación de una clase dada dentro de una sociedad burguesa, es necesario que esa clase como tal, represente al total de la sociedad"[18]. Y éste, justamente, no es el caso de nuestra naciente clase proletaria y menos aun del endeble Partido Comunista en Indoamérica, que ni siquiera la representa. El movimiento antimperialista, que es y debe ser movimiento de Frente Único, demanda, por lo tanto, una organización política de Frente Único también. Las Ligas Antimperialistas no bastan y el Partido Comunista sobra.

 

Quedan así refutadas y destruidas las dos objeciones centrales del comunismo criollo contra el rol del APRA como Frente Único y como Partido Antimperialista en Indoamérica.

 

 

Notas



[9]     El Primer Congreso Antimperialista Mundial se reunió en Bruselas, como queda dicho arriba, en febrero de 1927, en el Palacio de Egmont, edificio histórico que fue casa solar de Lamoral, conde de Egmont, célebre capitán flamenco que se insurreccionó contra la opresión imperial de Felipe II y murió en el cadalso en 1569, mártir de la independencia de su pueblo. Bajo los auspicios del gobierno socialista belga, que presidía M. Vandervelde, la asamblea tuvo solemnidad y brillo. Reunió a varios centenares de políticos e intelectuales de izquierda de todos los pueblos del globo y sus sesiones, que se prolongaron durante una semana, atrajeron la atención de la opinión pública europea. En el presidium del Congreso figuraron la viuda de Sun-Yat-Sen, George Lansbury, James Maxton, Henry Barbusse, Gorky, Katayama, Cachin, Goldschmidt, etc. Entre los invitados: Romain Rolland, Gandhi (no concurrió), José Vasconcelos, Manuel Ugarte, León Blum, etc. Las sesiones del Congreso fueron presenciadas por gran número de espectadores llegados de muchos lugares de Europa y América. El Congreso de Bruselas, que fue un efectivo paso adelante para la organización de la lucha en Asia y África contra el imperialismo, resultó un fracaso en cuanto a Indoamérica se refiere. La delegación indoamericana estuvo dirigida por el delegado comunista argentino Codovila e integrada por Vasconcelos, Carlos Deambrosis Martins, Carlos Quijano, Julio Antonio Mella, N. Machado y quizá otros. Invitado especialmente, objeté la representación de Indoamérica, demostrando que países de la importancia de Brasil, Chile, Bolivia, Paraguay, Ecuador, Colombia, Haití y otros, no se hallaban representados ni por delegados "in-partibus" como Venezuela y Uruguay. Con Eudocio Ravines, hoy expulsado del APRA y entonces secretario de nuestra sección de París, defendimos la posición aprista en el Congreso. Al encargárseme la formulación de un texto de resolución, después de rechazado el proyecto presentado por Mella, presenté la "tesis de los cuatro sectores de ofensiva imperialista", que pocos meses antes había formulado en una cena aprista de París. Mi discurso de París fue, pues, aceptado, en esa parte, sin alteración alguna como puede verse confrontando su texto en mi libro Por la Emancipación de la América Latina, de cuyos originales lo tomé para darlo al Congreso, con la resolución adoptada. Al redactar las conclusiones, el uruguayo Dr. Carlos Quijano introdujo variaciones de forma. Pero el programa máximo del APRA quedaba incluso. Discrepamos en cuanto el frente incondicional con las burguesías y en cuanto a limitar nuestra acción a una mera resistencia antimperialista, dejando la beligerancia política al Partido Comunista, bajo cuya dirección debería quedar sometida el APRA a través de las fallidas "Ligas". La tesis de los "cuatro sectores" se desarrolla en el Cap. IV.

 

[10]    C. K. Hobson, The Export of Capital. Constable, London 1914, pág. 122.

 

[11]    Carlos Pereyra, en su Historia de la América Española, Tomo VIII, Edit. Madrid, 1926, escribe lo siguiente: "Después de las guerras napoleónicas, Inglaterra inició un movimiento de expansión económica muy vigoroso. Gran parte del saldo de sus exportaciones se invertían en otros países, ya por vía de empresas, ya por la de empréstitos. Calcúlase que de 1818 a 1825 suscribió cerca de £ 56,000,000, nominales, cifra entonces de consideración para la refacción de gobiernos poco boyantes. Veinticuatro millones de libras aparecían como préstamos hechos a los nuevos Estados de América. Chile contrató £ 1,000,000 en 1822; Colombia £ 2,000,000, en el mismo año; y £ 4,750,000 en 1824; el Perú, £ 450,000, en 1822 £ 750,000 en 1824, y £ 616,000 en 1825; Buenos Aires, £ 1,000,000 en 1824; el Brasil, £ 3,200,000; otro tanto en 1825 y £ 800,000 en 1829; México, £ 3,200,000 en 1824, y la misma cantidad en 1825; Guatemala, más de £ 1,500,000 en 1825. El tipo iba del 58% que aceptó México en 1824, al 89 3/4%, que obtuvo en 1825 el mismo país. El interés fluctuaba entre el 5 y el 6%. Las principales casas contratantes eran Wilson y Compañía, Rothschild, Baring Hermanos, Hullet Hermanos, Barclay, Herring, Richardson y Compañía, Frys y Chapman, Goldschmidt...", ob. cit., pág. 278.

 

[12]    El interés del capitalismo y del comercio inglés en los mercados indoamericanos fue muy grande, como es sabido, y la causa de la independencia tuvo el más franco apoyo en Inglaterra. Un historiador anota que "Los comerciantes ingleses habían celebrado reuniones en varias ciudades del Reino Unido en el verano de 1823, a fin de pedir al gobierno el nombramiento de cónsules en los nuevos Estados. Carlos A. Villanueva. La Monarquía en América. La Santa Alianza, París, Ollendorf, 1912. Nota de la pág. 8. Recordemos que sólo en 1824 se decidió por las armas el triunfo total de la Revolución en Ayacucho.

 

[13]    Scott Nearing and Joseph Freeman, The Dollar Diplomacy, Huebsch & The Viking Press, New York. Traducida al castellano por las Editoriales Selfa, de México y M. Aguilar, de Madrid.

 

[14]    Lenin, Staat und Revolution, Berlín, 1943.

 

[15]    Trotsky, Literatura y Revolución, Ed. castellana. M. Aguilar, Madrid, s.f.

      Las escisiones de los grupos comunistas criollos formando facciones estalinistas y trotskistas, han debilitado más aún al comunismo en México, Chile, Argentina, Uruguay, etc. Con pasionismo tórrido esos pequeños grupos se injurian sin medida, usando en su terminología una mezcla de vocablos marxistas con el conocido léxico insultante de nuestra politiquería personalista tradicional.

 

[16]    En el Parlamento de Inglaterra sólo ha figurado durante pocos años un diputado comunista, el hindú Mr. Saklatvala, que fue elegido por el distrito londinense de Battersea. Saklatvala y la lista de 26 candidatos comunistas perdieron las votaciones en 1929 y hasta 1935 no hay representación de la III Internacional en la Casa de los Comunes. En Francia, el número de representantes comunistas ha disminuido en las elecciones generales de 1932, pero aún figura en la Chambre un buen grupo. No obstante, la disminución de la influencia del Partido Comunista en Francia es evidente. La escisión en estalinistas y trotskistas ha influido en mucho a amenguar su prestigio en las masas obreras, que aumentan, en cambio, las filas de otros partidos de izquierda especialmente el socialista (S.F.I.O.), cuyo jefe es León Blum.

 

[17]    Mr. Manuel Gómez es un norteamericano de nombre latino. En 1928 era el jefe bolchevique de las fracasadas Ligas Antimperialistas.

 

[18]    Karl Marx, Hegelian Philosophy of Right, Selection Essays. Translated by J. H. Stenning, International Publishers, New York, pág. 33.

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