EL ANTIMPERIALISMO Y EL APRA
VI. La Tarea Histórica del APRA

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Portada de las Ediciones de Editorial Ercilla
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Nota de la Editorial Ercilla a la Segunda Edición
Portada
Dedicatoria
Mención Fraternal
Nota Preliminar a la Primera Edición
Nota a la Segunda Edición
Nota a la Tercera Edición
Nota a la Cuarta Edición
Nota a la Quinta Edición
I. ¿Qué es el APRA?
II. El APRA como Partido
III. Qué Clase de Partido y Partido de qué Clase es el APRA
IV. El APRA como un solo Partido
V. El Frente Único del APRA y sus Aliados
VI. La Tarea Histórica del APRA
VII. El Estado Antimperialista
VIII. Organización del Nuevo Estado
IX. Realidad Económico-Social
X. ¿Plan de Acción?
Apéndice. Artículos 27 y 123 de la Constitución Política de México, del 31 de enero de 1917

Para los patriarcas criollos de la ortodoxia marxista las conclusiones contenidas en los capítulos anteriores implican, sin duda, profanación audaz de todos los conceptos sacrosantos de un credo que ellos consideran absoluto, estático e inviolable. Empero, es menester recordar que existe una profunda diferencia  entre el marxismo interpretado como dogma y el marxismo en su auténtico significado de doctrina filosófica. En aquél, todo es quietismo y parálisis; en éste, todo es dinamismo y renovación. El apotegma inmortal de Heráclito el Oscuro, recogido por Marx a través de Hegel, no debe olvidarse: "Todo se mueve, se niega, deviene; todo está en eterno retorno...".[56]  En él se funda la dialéctica de la vida y de la historia.

 

La línea normativa de la filosofía marxista es inseparable de la del desarrollo de sus teorías económicas y sociales. Movimiento, contradicción, negación y continuidad, presiden el devenir universal y humano e inspiran la estructuración genial del sistema completo de Marx. "El marxismo es toda una concepción del mundo" ha escrito Plejanov,[57]  pero "concepción" no es dogma y en la concepción marxista el principio de la "negación de la negación" es primordial y permanente.

 

La doctrina del APRA significa, dentro del marxismo, una nueva y metódica confrontación de la realidad indoamericana con las tesis que Marx postulara para Europa, y como resultado de la realidad europea que él vivió y estudió, a mediados del siglo pasado. Si aceptamos que Europa y América  están muy lejos de ser idénticas por su geografía, por su historia y por sus presentes condiciones económicas y sociales, es imperativo reconocer que la aplicación global y simplista a nuestro medio de doctrinas y normas de interpretación europea, debe estar sujeta a  profundas modificaciones. He ahí el sentido, la dirección, el contenido doctrinario del APRA: dentro de la línea dialéctica del marxismo interpreta la realidad indoamericana. En lo que la interpretación de una realidad nueva, característica, complicada, como lo es la nuestra, tenga que negar o modificar los preceptos que se creyeron universales y eternos, se cumplirá la ley de las contradicciones del devenir: la continuidad condicionada por la negación.

 

Esta actitud del APRA plantea ya una total separación de la de los comunistas criollos, rendidos ante el sancta sanctorum de su fría ortodoxia, cuyo velo inmutable no se atreven a levantar. Quien está de rodillas no camina; y si lo intenta, sin ponerse previamente en pie, tendrá que arrastrarse. Esto es lo que ha ocurrido en Indoamérica a los comunistas criollos. Los resultados de su posición de inmóviles repetidores del credo importado, se comprueba en la estagnación del movimiento de la Tercera Internacional en nuestros países. Para tranquilidad y satisfacción del imperialismo y de la explotación feudal, los dogmas moscovitas carecen de significado y de contenido en nuestros pueblos. La acción realista, certera y eficiente, no la conocen los agitados dirigentes del comunismo criollo, sino por sus lecturas de los episodios de la revolución rusa, que los conmueven hasta las lágrimas.

 

La línea de divergencia entre el APRA y el comunismo quedó fijada definitivamente en el Congreso de Bruselas de 1927 (Cap. II). Hasta entonces, nuestra ideología había pasado por una necesaria etapa de definición y de estudio. Proclamados sus postulados en 1924, fue preciso un activo trabajo de confrontación y de ampliación, que en tres años sirvió para estructurar sólidamente las bases generales de nuestra doctrina. Después del Congreso de Bruselas, triunfantes nuestros puntos de vista en sus resoluciones -a pesar de la oposición comunista-, nos dedicamos con más ahínco a trabajar bajo la inspiración de los principios del APRA. Mientras el comunismo criollo siguió dando traspiés bajo las riendas de Moscú, nosotros afrontamos libremente la obra revolucionaria, indoamericana, abriéndole su propio camino.

 

Examinemos, ahora, sumariamente, nuestra posición doctrinaria.

 

Sin abandonar el principio clasista como punto de partida de la lucha contra el imperialismo, consideramos cuestión fundamental la comprensión exacta de las diversas etapas históricas de la lucha de clases y la apreciación realista del momento que ella vive en nuestros pueblos. No desconocemos, pues, los antagonismos de clase dentro del conjunto social indoamericano, pero planteamos en primer término la tesis del peligro mayor, que es elemental a toda estrategia defensiva.

 

El peligro mayor para nuestros pueblos es el imperialismo. El amenaza no sólo como fuerza explotadora, sino como fuerza conquistadora. Hay, pues, en el fenómeno imperialista con el hecho económico de toda explotación, el hecho político de una opresión de carácter nacional. Además, como hemos visto, la penetración del imperialismo -especialmente en sus formas contemporáneas y típicamente norteamericanas- plantea una violenta yuxtaposición de sistemas económicos. El imperialismo no consulta en qué estado de evolución, en qué grado de desarrollo se halla un pueblo para dar a su penetración una medida científica de cooperación y de impulso sin violencias. El imperialismo invade, inyecta nuestros pobres organismos, sin temor de paralizarlos en grandes sectores. Una ley económica lo empuja hacia pueblos más débiles. Forma culminante de un sistema -el capitalismo- en el que reina "la anarquía de la producción", es esa anarquía agudizada la que nos invade con el imperialismo y en ella quedan sumidas nuestras incipientes estructuras económicas.

 

Sostenemos, pues, que la actual tarea histórica de estos pueblos es la lucha contra el imperialismo. Tarea de nuestro tiempo, de nuestra época, de nuestra etapa de evolución. Ella nos impone subordinar temporalmente todas las otras luchas que resulten de las contradicciones de nuestra realidad social -y que no sean coadyuvantes del imperialismo-, a la necesidad de la lucha común. Vale decir, que nosotros aceptamos marxistamente la división de la sociedad en clases y la lucha de esas clases como expresión del proceso de la historia; pero consideramos que la clase opresora mayor -la que realmente respalda todo el sistema de explotación refinado y moderno que impera sobre nuestros pueblos- es la que el imperialismo representa. Porque el imperialismo desempeña en ellos la función que la gran burguesía cumple en los países de más alto desarrollo económico.

 

Examinada esta proposición, se hallará que es inobjetable. El gran capitalismo, la gran industria, no han insurgido en Indoamérica como producto de su evolución económica. Han advenido, han invadido conquistadoramente y se han abierto paso en nuestros medios destruyendo toda posible competencia, deteniendo el proceso de formación de una verdadera burguesía nacional, y utilizando parcialmente nuestra primitiva arquitectura económica feudal y semifeudal, para convertirla en una aliada y servidora sojuzgada.

 

Bajo el sistema imperialista, nuestra gran burguesía resulta, pues, una clase "invisible". Es la misma gran burguesía de poderosos países lejanos y avanzados que actúa sobre nuestros pueblos en forma característica. Ella nos invade con su sistema y al invadirnos, no sólo conmueve y transforma nuestra elemental economía de países retrasados, sino que arrolla y cambia totalmente nuestra arquitectura social. Utiliza parte de nuestras clases feudal y media y de la incipiente burguesía en sus empresas y en la defensa jurídica y política de sus conquistas económicas, pero proletariza y empobrece al resto,  que es gran mayoría. De ella y de las masas campesinas comienza a formar una nueva clase proletaria industrial bajo un sistema moderno de explotación. A medida que penetra más en nuestros países, su influencia se extiende y agudiza. De económica deviene política.

 

Así es como la lucha contra el imperialismo queda planteada en su verdadero carácter de lucha nacional. Porque son las mayorías nacionales de nuestros países las que sufren los efectos de la invasión imperialista, en sus clases productoras y medias, con la implantación de formas  modernas de explotación industrial. Y porque es la totalidad de los pobladores de cada país la que debe responder de los gravámenes fiscales necesarios para el servicio de los grandes empréstitos o concesiones[58]. A causa de éstos, la soberanía de varios de nuestros  estados se ha visto en muchas ocasiones, drásticamente amenazada[59].

 

Ante esta realidad, el APRA coloca el problema imperialista en su verdadero terreno político. Plantea como primordial la lucha por la defensa de nuestra soberanía nacional en peligro. Da a este postulado un contenido integral y nuevo. Y señala, como primer paso en el camino de nuestra defensa antimperialista, la unificación política y económica de las veinte repúblicas en que se divide la gran nación indoamericana.

 

Es en esta etapa inicial de acción de frente único que las clases trabajadoras deben cooperar decididamente a la realización de los dos primeros lemas del programa máximo del APRA, que se complementan entre sí: Acción conjunta contra el imperialismo y para la unificación económica y política de los pueblos indoamericanos. Dirigido el movimiento por el APRA, las clases trabajadoras que integran sus filas serán, pues, conducidas hacia la toma del mayor número de posiciones que realistamente puedan conquistar y usar. Y al llegar al poder bajo las banderas apristas y unidas a las clases medias, tendrán que intervenir en la obra grandiosa que señala el tercer lema del APRA: la nacionalización progresiva de la tierra y de la industria, vale decir, la desfeudalización del campo y  la liberación del campesino -peón, siervo, comunitario, ejidatario, partidario, pequeño propietario, etc.- y la organización del nuevo sistema económico estatal de base cooperativa que controle las industrias, destruya los monopolios imperialistas y asegure el dominio nacional de la riqueza.

 

Para esta gran tarea necesitamos la colaboración del Frente Único como Partido, según lo hemos demostrado. Combatiendo las fantasías demagógicas de los profetas del comunismo criollo, que ofrecen en cada discurso paraísos rojos, el APRA sostiene que antes de la revolución socialista que llevaría al poder al proletariado -clase en formación en Indoamérica-, nuestros pueblos deben pasar por periodos previos de transformación económica y política y quizás por una revolución social -no socialista- que realice la emancipación nacional contra el yugo imperialista y la unificación económica y política indoamericana. La revolución proletaria, socialista, vendrá después. Vendrá cuando nuestro proletariado sea una clase definida y madura para dirigir por sí sola la transformación de nuestros pueblos. Pero eso ocurrirá  mucho más tarde. Por ahora, saliendo de los reinos de la ilusión y de la profecía, acometamos la obra que nuestro momento histórico nos está señalando: luchar por la soberanía nacional y llevar al poder a nuestro Partido para procurar desde el poder, la unión política y económica de nuestros países, formando un bloque, federación o anfictionía de Estados contra el opresor común. Nosotros necesitamos "nuestra revolución francesa", superada naturalmente, o para hablar con voz propia, nuestra "revolución mexicana", que combine la lucha contra el feudalismo con la lucha contra el imperialismo y afirme una era precursora de transformaciones posteriores. ¿Que esto no es socialismo puro? ¿Que se profanan las santas doctrinas infundidas en el pentecostés revolucionario? Puede ser, pero es la realidad. ¡Ericen los pelos los teorizantes del comunismo criollo, malos entendedores del marxismo verdadero! ¡Acúsennos de traición, de oportunismo reformista o de fascismo! El APRA, hace cuatro años ya, viene proclamando un nuevo credo político, realista y firme, negando las negaciones anteriores que quieren convertirse en dogma. El APRA repugna demagogias engañosas y rechaza a los que desnaturalizan nuestra causa. Para que nuestros opositores no se alarmen, me parece buen calmante el párrafo final del artículo editorial de "L'Humanité" de París, del 28 de febrero de 1928, diario oficial del Partido Comunista Francés, que traducido exactamente dice así:

 

"La mayor parte de los países de la América Latina son, en realidad, monarquías feudales o semifeudales. Por lo mismo, el contenido social de la lucha antimperialista es, ante todo, la revolución democrática, el aniquilamiento de los últimos vestigios feudales, la liberación de los campesinos, la revolución agraria. Solamente detrás de ellos se dibujan los contornos de un block de repúblicas obreras y campesinas independientes en lucha contra el dólar".

 

Es doloroso pero necesario romper viejos ensueños de imposibles revolucionarismos a la moda europea. Es cruel pero indispensable que golpes de realidad derriben bellos e intrincados panoramas construidos apresuradamente por la tropical fantasía. Ella fue prestando de Europa personajes, doctrinas, episodios y circunstancias hasta obtener la ilusión completa de un escenario adaptable a gustos foráneos. Pero unas cuantas fábricas de industria moderna fundadas por el imperialismo o unas cuantas ciudades trazadas a  la europea, o unos cuantos centenares de gentes vestidas en París y Londres no pueden hacer saltar a la historia sobre sus ineludibles etapas. Y es absurdo improvisar en nuestra realidad económica y social, colonial o semicolonial, "feudal y semifeudal", una Indoamérica industrial, capitalista y dueña de todos los refinamientos de la técnica, donde el periodo del dominio burgués se haya cumplido y sea llegada la hora de entonar himnos triunfales al advenimiento de un gobierno exclusivamente proletario, bien ajustados a los marcos de las teorías ortodoxas del socialismo puro. La realidad social de nuestros pueblos es otra. Nuestra presente etapa histórica no corresponde al lenguaje que usan de préstamo improvisados teorizantes sociales. Un programa práctico de lucha contra el imperialismo en Indoamérica no puede ser una ensalada rusa de promesas.  La lucha contra el imperialismo está ligada a la lucha contra el feudalismo, vale decir, a la previa emancipación económica y cultural del campesino. En esta lucha el obrero interviene, contribuye, toma las armas para alcanzar posiciones de predominio imponiendo sus derechos de organización, de educación, de reunión, de huelga, de participación progresiva en el usufructo de las industrias estatizadas. Usa en su beneficio todas las conquistas políticas dentro de la democracia funcional y deviene, por intermedio del Partido en el poder, una de las clases directoras del Estado Antimperialista. La contribución decidida del proletariado a la extinción del feudalismo y a la lucha contra el imperialismo y por la liberación nacional, le abre una nueva etapa de desarrollo, y de afirmación y de progreso clasista. El cooperativismo, la nacionalización de la tierra y de toda la industria que sea posible nacionalizar, y la organización de un nuevo sistema de economía nacional que se oponga a la monstruosa explotación del imperialismo -centralizando hasta donde se pueda, el gobierno económico nacional-, he ahí las primeras tareas en el orden interno para los apristas de cada país. La influencia de la clase obrera será tanto mayor cuanto más efectiva sea su importancia como clase definida y consciente. En los países más industrialmente desarrollados, la cooperación obrera al movimiento antimperialista de defensa nacional ha de ser, naturalmente, cualitativamente mayor que en los países de industrialismo muy incipiente. Bajo las banderas de un partido de programa definido y económico como el APRA, el movimiento antimperialista irá tanto más lejos cuanto mayor sea el ímpetu revolucionario que lo acompañe. No tendría ni puede tener más limitaciones que la realidad. Nada puede ni debe ser sacrificado a ella y es absurdo formular programas o itinerarios fijos, moldes hechos, sin saber cuán grande ha de ser la fuerza de un movimiento y cuáles las condiciones objetivas en que ha de producirse. Un partido como el APRA no cierra el camino a ninguna posibilidad realista del presente o del futuro.

 

Tender a la unificación de los países indoamericanos para formar un gran organismo político y económico que se enfrente al imperialismo -tratando de balancear su gigantesco poder por el contralor de la producción en nuestro suelo-, es, sin duda, la tarea inicial y necesaria del APRA antes y después de su primera victoria política en cualquiera de nuestros países.

 

Ahora bien, ¿cuál sería el tipo del Estado que ya hemos llamado "Estado Antimperialista" repetidas veces en este capítulo?

 

En el artículo "¿Qué es el APRA?", leemos:

 

"Dentro del sistema capitalista y de acuerdo con la dialéctica de su proceso histórico, la América Latina devendrá, seguramente, una colonia yanqui".

 

Hemos visto que el Estado en nuestros países o es feudal o semifeudal; pero es colonial siempre. Hemos visto que el  Estado, en Indoamérica, dentro de su presente arquitectura económica feudal o semifeudal capitalista, depende ineludiblemente del imperialismo, se convierte en su instrumento de dominación en nuestros países y no puede hallar otra dirección económica que la de entregarse a la esclavitud que le impone el imperialismo. Repetimos: dentro de la dialéctica del sistema capitalista mundial, nuestros países no tienen liberación posible. El imperialismo es una etapa del capitalismo -ya está repetido-, la etapa culminante. Nuestros países están en las primeras etapas del capitalismo o van hacia ellas, buscando su liberación del feudalismo o tratando de buscarla. Ésa es su ruta. Nuestros países y el imperialismo están, pues, dentro de la misma órbita, aunque en diferentes planos históricos. Encadenamiento de un mismo sistema; ruedas de una misma máquina -ruedas de diámetro diferente- que engranan dentro de la mecánica de un movimiento dado ¿Cuál, pues, nuestra alternativa?

 

Para unos hay la esperanza -buenos guardadores somos de la Caja de Pandora- de que algún día Indoamérica, o lo que es más fantástico aún, cualquiera de sus países aislados  llegue a convertirse en una potencia formidable, rival de los Estados Unidos como han devenido éstos rivales de Europa, después de haber sido sus súbditos económicos. Para otros, la revolución social fulminante, la liberación total del sistema capitalista por la dictadura del proletariado y el comunismo triunfante. Ambas hipótesis, generalmente formuladas en los campos del nacionalismo chauvinista, o en los del revolucionarismo simplista y de prestado, representan la tesis y la antítesis con su inconciliable oposición de contrarios. Conviene analizar, aunque sea ligeramente cada una de estas hipótesis, antes de plantear la síntesis realista que el APRA propugna.

 

La transformación súbita de nuestros países, con tan pesados residuos feudales y tan complicados problemas étnicos, en autónomas potencias capitalistas rivales de los Estados Unidos, no estaría en proporción al avance sin duda vertiginoso del imperialismo yanqui sobre nosotros[60]. Nuestro progreso hacia el capitalismo autónomo no está en ecuación con el progreso formidable y envolvente del capitalismo imperialista de los Estados Unidos, que va consiguiendo no sólo controlar casi totalmente nuestra vida económica, sino que trata de impedir nuestro desenvolvimiento libre o el empujado por otros imperialismos en algunos de nuestros países. (Ejemplo: la cuestión del trigo y las carnes con la República Argentina, traducida en la discusión inconciliable del Congreso Panamericano de La Habana; conflicto en el que tiene lado el imperialismo inglés.[61] Antes que cualquiera de nuestros países lograra convertirse en un país capitalistamente autónomo, los Estados Unidos habrían conseguido dominar por completo su economía. La escala creciente de las inversiones y de los empréstitos en nuestros países no permiten suponer que dentro del sistema económico actual, y menos como países aislados, logren presentar ante los Estados Unidos un frente de veinte potencias rivales. De otro lado, la capacidad económica de los Estados Unidos no permite suponer el ocaso próximo de su poderío, tan próximo que su caída significara nuestra emancipación insólita. Y aun suponiendo esto, la caída de los Estados Unidos por un fracaso militar en la contienda con otro poder imperialista ¿llevaría a Indoamérica a la libertad o la reduciría a la sumisión bajo un nuevo amo?

 

Después de la guerra imperialista de 1914-1918 las colonias alemanas no se independizaron sino que pasaron a ser colonias inglesas, francesas o japonesas. Cambio de amo, pero no destrucción de cadenas. Del mismo modo como el imperialismo inglés ha cedido la primacía de su influencia en Indoamérica a los Estados Unidos, podría recuperarla. O el Japón, Alemania, u otra potencia cualquiera, tomar su puesto de dominación preponderante.

 

Repetiremos una vez más: dentro del sistema capitalista, Indoamérica va hacia el coloniaje. Aun cuando demos rienda suelta a la fantasía e imaginemos que llegara a formar un conjunto de potencias capitalistas rivales de los presentes imperios de Europa, América y Asia, tal hipótesis, candorosa y complaciente, presentaría las trágicas perspectivas de nuevas competencias y luchas incesantes y ruinosas.

 

Frente a esta tesis, usualmente repetida entre los teorizantes ingenuos de nuestras clases dominantes, se levanta la antítesis, que, como la tesis, es de préstamo mental europeo. Ella anuncia el único remedio contra el virus imperialista en la revolución socialista, la dictadura del proletariado, el comunismo bolchevique, cuando no el comunismo libertario o anárquico.

 

Ya hemos demostrado -aún con testimonio de los propios verdaderos comunistas marxistas- que ni el comunismo ni la dictadura del proletariado son posibles en el momento presente como sistemas imperantes en Indoamérica. El comunismo supone la abolición de las clases. "En la sociedad comunista no existirán clases. El que no haya clases quiere decir que tampoco habrá Estado", escribe Bujarin, teórico de la III Internacional[62].  Pero, "para poder realizar el orden social comunista, el proletariado tiene que ser dueño de todo el poder y de toda la fuerza estatal. Él no puede destruir el viejo mundo hasta que no tenga el poder  en sus manos y se haya convertido por un cierto tiempo en clase dominante", añade el mismo Bujarin. No necesitamos insistir, pues, en demostrar que, históricamente, no ha llegado Indoamérica a la hora de la dictadura proletaria, ni menos al comunismo sin clases y sin Estado. Esto ha quedado objetivamente expuesto en los capítulos anteriores. Inútil es, también, detenernos a probar que el comunismo anárquico o libertario está más lejano aún, o que no es posible saltar de la era feudal o semifeudal en que vivimos, a la del comunismo perfecto sin pasar por el industrialismo, como sostenían en su tiempo los populistas rusos. Cabe todavía una objeción: ¿es posible que sin romper el ritmo de la Historia los países indoamericanos logren su emancipación del imperialismo y dejen abiertos los caminos para la realización completa de la verdadera justicia social?

 

Según los partidarios del marxismo quietista, habría que esperar que las etapas históricas se cumplan; que nuestros países feudales devengan capitalistas bajo el imperialismo; que se desprendan capitalistamente del coloniaje económico que aquél les impone, y luego -producida esta primera negación, dentro de nuestros propios países ya independizados y convertidos en potencias-, que se produjera la segunda negación: la revolución socialista, con su dictadura del proletariado y su marcha hacia el comunismo integral. Proceso de centurias que implicaría no luchar contra el imperialismo sino resistirle, sin dar contenido social y político a esa lucha como proclama el APRA. Nuestro camino es más realista, más preciso, más revolucionario y más constructivo.

 

 

Notas



[56]    Ferdinand Lasalle. Die Philosophie Herakleitos des Dunklen, 2ª Edición, 1892, Berlín, pág. 156.

 

[57]    George Plejanov. Questions Fondamentales du Marxisme. París, 1928, pág. 6.

 

[58]    "Esta cuestión de empréstitos para las repúblicas de la América Latina ha demostrado ser desde un principio un semillero de dificultades diplomáticas, por las que se han visto frecuentemente amenazadas con la intervención extranjera en nombre de los acreedores". Prof. Achille Villate. Economic Imperialism and International Relations during the last Fifty Years. Op. cit., pág. 63.

 

[59]    "El Bloqueo de Venezuela a fines de 1902 es un ejemplo de la clase de acción que puede o podría ser tomada por los acreedores y sus gobiernos". C. K. Hobson The Export of Capítal. Op. cit., pág. XXII. "Con ocasión del incidente de Venezuela, la República Argentina había propuesto a los Estados Unidos la Doctrina Calvo, algo modificada y limitada. El autor de la nota enviada en aquella ocasión fue Luis Drago, entonces Ministro de Relaciones Exteriores, cuyo nombre ha quedado vinculado a la nueva doctrina". Prof. Achille Villate, op. cit., ibid., pág. 67. Sobre las intervenciones militares en Santo Domingo, Haití y Cuba, véanse las obras Our Cuban Colony, por Lelant H. Jenks, Vanguard Press, New York; The Americans in Santo Domingo por Melvin M. Knight. Vanguard Press. New York, y The Dollar Diplomacy, por Scott Nearing y Joseph Freeman. Huebsch & The King Press. New York, op. cit.

 

[60]    "Los Estados Unidos están admirablemente adaptados, por sus reservas de carbón y hierro y por el innato genio de su pueblo, para ser un gran país manufacturero, mientras que el futuro de territorios como Sudamérica y África como países manufactureros es quizá dudoso". C. K. Hobson. The Export of Capital. Op. cit., pág. 74.

 

[61]    "Durante la guerra, los Estados Unidos realizaron un vigoroso avance comercial en la República Argentina, cuyas consecuencias siguen manifestándose en los últimos años. En 1925 nuestras importaciones procedentes de ese país alcanzaron  a constituir el 23.5% del conjunto,  contra, apenas, el 13.8% en 1910. En cambio la posición relativa de la Gran Bretaña de 31.1% en 1910 a 21.8% en 1925, y la de Alemania, nuestro segundo mercado consumidor, de 17.4% a 11.5%, respectivamente". Discurso del Dr. Luis Duhau, delegado argentino a la Tercera Conferencia Comercial Panamericana. Washington, 1921. Acta edición española pág. 208.

      El presidente de los Estados Unidos Mr. Coolidge, dijo ante la misma Conferencia las siguientes palabras: "Durante los doce años que terminaron en 1925, los únicos años que se ha llevado una estadística, la participación de este país (Estados Unidos) en las exportaciones de la América Latina ha sido de un promedio de cerca de un 40%. Esto es, más del 20% de la porción tomada por la Gran Bretaña, que es nuestro competidor más cercano, y cerca del 30% más de lo que toman Gran Bretaña, Francia y Alemania juntas que son nuestros competidores más importantes... En el comercio de importación de las repúblicas del sur, los Estados Unidos han llegado a ocupar más recientemente la primera posición. En 1900 las importaciones de la Gran Bretaña procedentes de todos esos países, considerados en su conjunto, fueron aproximadamente iguales a las importaciones de la misma procedencia de los Estados Unidos y Alemania. Entre esos dos países el conjunto de esas importaciones se dividía casi por mitad. De 1900 a 1910, los Estados Unidos han ganado rápidamente, y desde 1913 han permanecido en el primer puesto de las importaciones colectivas de toda la América Latina". Discurso inaugural del Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica ante la Tercera Conferencia Comercial Panamericana de Washington, 1927. Actas oficiales, págs. 202 y 203.

 

[62]    Véase Bujarin, Historical Materialism. International Publishers. New York, 1925,  y  A.B.C. del Comunismo, del mismo autor.

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