Un partido antimperialista indoamericano con sentido de nuestra realidad
social, no puede ser un partido exclusivo de clase. Menos, un partido de remedo o calco europeo. Y menos, todavía, un partido
sometido a dirección extranjera.
Tres razones en contra de la objeción comunista analizada en el capítulo
anterior.
Y un partido antimperialista indoamericano, con sentido de nuestra realidad
social, debe ser un partido nacional de Frente Único, que agrupe todas las clases sociales amenazadas por el imperialismo.
Debe ser, también, un partido con programa y tácticas propias, realistas y eficientes y con comando nacional.
Tres razones en favor de la organización del APRA como Partido.
Detengámonos un poco en estos enunciados:
El imperialismo no sólo amenaza a la clase proletaria. El imperialismo que
implica en todos nuestros países el advenimiento de la era capitalista industrial, bajo formas características de penetración,
trae consigo los fenómenos económicos y sociales que produce el capitalismo en los países donde aparece originariamente: la
gran concentración industrial y agrícola; el monopolio de la producción y circulación de la riqueza; la progresiva destrucción
o absorción del pequeño capital, de la pequeña manufactura, de la pequeña propiedad y del pequeño comercio, y la formación
de una verdadera clase proletaria industrial.
Es necesario, pues, anotar que la clase que primero sufre con el empuje del imperialismo
capitalista en nuestros países, no es la incipiente clase obrera, ni la clase campesina pobre o indígena. El obrero de pequeña
industria y el artesano independiente, al ser captados por una nueva forma de producción con grandes capitales, reciben un
salario seguro y más alto, devienen temporalmente mejorados, se incorporan con cierta ventaja a la categoría de proletario
industrial. Venden su trabajo en condiciones más provechosas. Así ocurre también con el campesino pobre, con el peón y con
el siervo indígena. Al proletarizarse dentro de una gran empresa manufacturera, minera o agrícola, disfrutan casi siempre
de un bienestar temporal. Cambian su miserable salario de centavos o de especies, por uno más elevado, que paga el amo extranjero,
siempre más poderoso y rico que el amo nacional. Es así como el imperialismo en los países de elemental desarrollo económico
es factor determinante de la formación y robustecimiento de una genuina clase proletaria moderna. Este fenómeno social de
estructuración clasista de nuestro proletariado esta sujeto a un proceso especial, como hemos de anotar más adelante. Tiene
sus características limitaciones, determinadas por las condiciones y peculiaridades de la expansión imperialista sobre países
retrasados. El proletariado industrial que va formando, es, pues, una clase nueva, joven, débil, fascinada por ventajas inmediatas,
cuya conciencia colectiva sólo aparece al confrontar más tarde el rigor implacable de la explotación dentro del nuevo sistema[19].
Como el gran negocio del imperialismo está fundamentalmente en la mano de
obra barata, el salario que paga al nuevo obrero es mayor que el que éste recibía bajo las condiciones de trabajo anteriores,
pero menor que el que percibe un obrero en los países industriales. Al llegar el capital imperialista a nuestros países, viene
como los catequistas de salvajes enseñando lentejuelas y espejos que atraen a los oprimidos con fascinación transitoria. Así,
va formándose la clase proletaria industrial durante la primera etapa del proceso de penetración imperialista, pero siempre
en inferioridad de condiciones económicas respecto de los proletariados avanzados.
Por eso, además de determinar el gran capitalismo una etapa económica superior
a la precedente del pequeño capital, como la industrial es una etapa superior a la feudal, las masas trabajadoras que se transforman
en proletariado moderno no perciben la violencia de la explotación del imperialismo hasta mucho más tarde. El tipo del imperialismo
moderno, especialmente del imperialismo norteamericano tan avanzado y refinado en sus métodos, sólo ofrece ventajas y progreso
en su iniciación. Antes de ahora ya he estudiado algunas de estas contradicciones características del moderno imperialismo,
cuyas vastas y temibles proporciones no percibe inicialmente el naciente proletariado[20].
Pero el monopolio que el imperialismo impone, no puede evitar la destrucción, el estagnamiento
o la regresión de lo que llamamos genéricamente la clase media. Así como el capitalismo industrial al aparecer en los países
de más alto desarrollo económico, reduce, absorbe y proletariza a la pequeña burguesía que sólo en ínfima parte se convierte
en clase dominante; así -dentro de peculiaridades aún más intensas que ya anotaremos-, el imperialismo sojuzga o destruye
económicamente a las clases medias de los países retrasados que penetra. El pequeño capitalista, el pequeño industrial, el
pequeño propietario rural y urbano, el pequeño minero, el pequeño comerciante, el intelectual, el empleado, etc., forman la
clase media cuyos intereses ataca el imperialismo. Mínima parte de esa clase media se alía con él y obtiene ventajas de su
dominio, deviniendo su instrumento coadyuvante y personero nacional. Bajo las leyes de la competencia y del monopolio que
rigen la existencia misma del capitalismo, la forma imperialista, su expresión culminante, destruye a los capitalistas y propietarios
incipientes, los subyuga, los abate o los encierra entre los tentáculos de los grandes trusts,
cuando no bajo el yugo de los créditos e hipotecas bancarios. Las clases medias en nuestros países, a medida que el imperialismo
avanza, ven más restringidos los límites de su posible progreso económico. Son clases súbditas cuyas expectativas de transformación
en clases dominantes se detienen ante la barrera imperialista que ya es por sí misma la expresión de una clase dominante que
no tolera rivales. También en los países imperialistas y en Estados Unidos especialmente, este fenómeno de paralización del
progreso de las clases medias es evidente. No obstante que ellas cumplen una función económica de circulación y distribución de la riqueza, por el pequeño comercio, y que constituyen, a la vez, un amplio sector
de mercado de consumo nacional, el impulso de las clases medias en los grandes países está circunscrito a un círculo vicioso.
Ha perdido ya la posibilidad de superar su poder económico y convertirse en clase burguesa. A medida que el capitalismo se
perfecciona y concentra, la pequeña burguesía define y hace infranqueables sus fronteras de clase dependiente[21].
En los países de retrasado desenvolvimiento económico las clases medias tienen mayor campo
de acción. Aliadas o en guerra con las clases latifundistas, las clases medias saben que suyo es el porvenir. Por eso vemos
que al producirse la revolución de la Independencia de España -que dio el contralor del Estado a los grandes terratenientes
nacionales-, las clases medias indoamericanas descubren pronto el camino de la dominación y avanzan hacia los planos de una
definida burguesía nacional. Empero, mucho antes que culmine esa total transformación, es detenida por el imperialismo. La
conquista de nuestros campos económicos viene de fuera, bajo un sistema ultramoderno y todopoderoso. Al llegar, hiere intereses,
plantea irresistible competencia; absorbe, rinde y se impone. Y mientras la penetración imperialista produce en nuestros pueblos
un movimiento ascendente de las masas trabajadoras que pasan de la semiesclavitud y servidumbre o de las formas elementales
de trabajo libre a su definición proletaria, las clases medias sufren la primera embestida. Su organismo económico cae bajo
el freno imperialista. Pronto lo perciben, y pronto insurge de ellas la reacción y la protesta.
Así puede explicarse económicamente que las primeras admoniciones contra el imperialismo
en nuestros países hayan surgido de las clases medias, que son también las más cultas. Bajo formas sentimentales y puramente
líricas, los precursores de la protesta antimperialista de Indoamérica han sido representativos genuinos de las clases medias.
De sus filas aparecen los primeros agitadores y los más decididos y heroicos soldados de las etapas iniciales del antimperialismo.
Sería vano pretender explicar el hecho histórico de que las clases trabajadoras indoamericanas
no hayan orientado sus movimientos de protesta social contra el imperialismo, simultáneamente con los de las clases medias,
por falta de pugnacidad. Sabido es que los movimientos de rebeldía de obreros y campesinos en Indoamérica han sido frecuentes
y tienen ya larga historia entre nosotros. Pero sus protestas han estado dirigidas durante muchos años contra el explotador
visible, contra el instrumento de opresión inmediato; el amo feudal, el patrón, el gerente, el cacique, el caporal o el gobierno
que los apoya. Es mucho más tarde, y ya cuando la explotación imperialista deja sentir toda su fuerza implacable que nuestras
clases trabajadoras comprenden el peligro y descubren el verdadero enemigo económico. Y es entonces cuando la opresión del
imperialismo se siente bajo la forma de opresión nacional -a través de los empréstitos, concesiones, entregas de la riqueza
pública- o de sujeción política -intervenciones, amenazas, etc.-, que la realidad les demuestra la necesidad de unir sus fuerzas
con las clases medias, a las que corresponde históricamente la iniciativa en la lucha antimperialista.
¿Sería realista, entonces, desechar la alianza de las clases medias con las clases obreras
y campesinas para la lucha antimperialista? No, sin duda. Y ¿sería posible que formada tal alianza se limitara a protestas
retóricas, a una mera labor de resistencia; o a agitaciones estruendosas sin un plan realista y político?
La negativa es obvia. Una alianza meramente formal devendría estéril. Las clases medias
pueden desempeñar una valiosa función política como lo prueba su acción en los partidos socialistas de Argentina, México,
Brasil y otros de nuestros países bajo cuya dirección trabajan bien. Además, las clases medias que sufren la agresión imperialista
a costa de su propia existencia, tienen interés en dar a su protesta un contenido verdaderamente defensivo. Cuando los comunistas
proponen vincularlas al movimiento antimperialista dentro de las Ligas, pero para que no hagan sino protestar, prohibiéndoles
toda acción política, hay derecho y fundamento para condenar a muerte pronta a las famosas ligas. Las clases medias solo sacarían
así las castañas del fuego. ¡Y hay mucha gente inteligente y culta en esas clases, capaz de descubrir y desdeñar, con justicia,
tan ingenua táctica! Ella puede ser muy comunista, muy europea y muy bien aprendida en libros bien traducidos... pero es muy
necia.
Las clases medias oprimidas y desplazadas por el imperialismo ansían luchar contra él,
pero ansían luchar contra el imperialismo políticamente desde las filas de un partido que trate de reivindicarlas también.
La tarea histórica de un partido antimperialista consiste, en primer término, en afirmar la soberanía nacional librándose
de los opresores de la nación y capturando el poder, para cumplir su propósito libertador. ¡Difícil y larga tarea en la que
la ayuda de las clases medias, beneficiadas por este movimiento libertador, se hace necesaria!
En varias oportunidades he aludido a la semejanza del movimiento antimperialista chino
con el movimiento antimperialista nuestro. En un discurso pronunciado durante la cena conmemorativa de la revolución china
en Londres, el 11 de octubre de 1926, hice hincapié en que "el único Frente Antimperialista semejante en su origen al chino,
es el indoamericano, y el único Partido Antimperialista del tipo que tuvo el Kuo-Min-Tang al fundarse, es el APRA". Insisto
en el paralelo, a pesar de necesarias distinciones específicas, recordando que la traducción literal de las tres palabras
que dominan el poderoso organismo político chino significan en nuestra lengua Partido Popular Nacional. Los vocablos "popular"
y "nacional", que expresan claramente la tendencia de frente único del Kuo-Min-Tang, pertenecen a la denominación aprista
también.
El Kuo-Min-Tang no fue fundado como partido de clase sino como un bloque o Frente Único de obreros,
campesinos, clases medias, organizado bajo la forma y disciplina de partido, con programa y acción política concretos y propios.
Sun-Yat-Sen, uno de los más ilustres espíritus creadores de nuestros tiempos, vio bien claro en su época que no era posible
establecer en China un partido puramente de clase -socialista-, o exclusivamente comunista más tarde. Lo admirable de la concepción
política de Sun-Yat-Sen estuvo en su realismo genial; tan genial como el realismo de Lenin lo fue para Rusia. Uno y otro crearon
para sus respectivos países las fuerzas políticas que eran necesarias a sus medios propios. Y uno y otro aconsejaron, más
tarde -por la proximidad geográfica y por las semejanzas psicológicas más o menos notables entre grandes sectores de sus pueblos-,
que esas fuerzas se aliaran. Pero ni el Kuo-Min-Tang ni el partido bolchevique ruso perdieron nunca sus propios rumbos por
tal alianza cuando ésta se produjo temporalmente. Perderlos habría sido confundir Rusia con China y entregarse al enemigo,
que era, en ambos casos, en el de China como en el de Rusia, el imperialismo europeo y sus cómplices de clase en cada país[22].
No sólo por los caracteres verdaderamente complicados del fenómeno imperialista, sino
por la ignorancia de las masas trabajadoras, en los países retrasados -ignorancia determinada por el tipo agrario o feudal de su economía- es necesaria
la alianza con los intelectuales al servicio del movimiento antimperialista. Los intelectuales en los pueblos agrarios pertenecen
casi todos a la clase media. En la historia revolucionaria de China y Rusia, ellos han desempañado función decisiva. Los jefes
de las revoluciones rusa y china fueron intelectuales, profesores, economistas o literatos. Sería necio negar la influencia
del intelectual, del universitario de izquierda, profesor, profesional o estudiante, en la obra libertadora del mundo moderno.
Especialmente en el caso de China, país agrario, los intelectuales han cumplido y están cumpliendo una tarea memorable en
la lucha contra el imperialismo. En los países de Indoamérica, la función de los intelectuales ha sido y es definitiva para
la lucha antimperialista. Muchos pueden haber doblegado sus conciencias ante el imperialismo y la reacción, pero intelectuales
de clase media han sido los precursores de nuestra organización actual, como José Enrique Rodó y Manuel Ugarte, José Vasconcelos,
Alfredo Palacios y José Ingenieros, el fundador de la Unión Latinoamericana, hoy adherida al APRA, uno de los orientadores
más egregios que nuestra causa haya tenido, a pesar de ser contemporáneo de muchos demagogos profesionales de la revolución
social. En toda nuestra América, la obra de agitación y de encauzamiento de las corrientes antimperialistas se debe, pues,
indudablemente, a la nueva generación de intelectuales, que, procedentes de la clase media, han visto con claridad el problema
tremendo y han señalado los rumbos más certeros para afrontarlo.
Candor y lamentable candor es el de aquellos propagandistas de los sistemas y tácticas
revolucionarios europeos, como panacea para nuestros pueblos, que creen que las falanges de intelectuales antimperialistas
de Indoamérica van a aceptar Ligas de paliativo, sabiendo bien que al imperialismo,
fenómeno económico defendido por armas políticas, hay que combatirlo también económica y políticamente. O que, para combatirlo
así, haya que afiliarse velis nolis al Partido Comunista, cuyos recientes enunciados
de lucha antimperialista constituyen uno de los tantos aspectos de su programa de acción mundial. No. Para nosotros la lucha
contra el imperialismo es cuestión de vida o muerte; peligro, cercano, amenaza ineludible. Las lecciones del comunismo europeo
nos vienen tarde, enseñándonos métodos de defensa primitivos y extraños. A nuestros intelectuales de vanguardia puede faltarles
orientación y método, pero no les falta claridad y espíritu realista para saber que clase de disciplina necesitamos. Un poco
de observación de nuestros medios intelectuales me libra de extenderme mayormente para amparar un argumento que es irrebatible.
El APRA como Partido de Frente Único ha incorporado desde su fundación al intelectual
antimperialista. Como ha incorporado al pequeño propietario, al pequeño capitalista, al pequeño comerciante, al pequeño minero,
al artesano, al empleado, ha incorporado a la "inteligencia", al estudiante, al profesor, al literato, al artista y al maestro
de escuela. Los ha incorporado sin resistencia ni distingos, como aliados de la lucha del obrero y del campesino, como a "trabajadores
intelectuales". Mientras el Estado sea el instrumento de dominio del imperialismo en nuestros países y mientras el poder sea
el sancionador de la opresión y de la explotación nacionales, por el capitalismo imperialista extranjero, todos los que sufren
opresión y explotación deben unirse para vencer al enemigo común. El programa máximo del APRA en sus cinco lemas fundamentales,
señala las etapas de la magna lucha y las distingue previendo y evitando -tanto como puede preverse y evitarse en la historia-
oportunismo y confusionismo.
Examinemos, una vez más, el programa. Nuestro primer lema, "contra el imperialismo", incorpora,
como ya lo hemos demostrado anteriormente, a la clase media en su plan de lucha. Nuestro segundo lema, "por la unidad política
y económica de los pueblos de Indoamérica", no la excluye tampoco. Ambos postulados implican la toma del poder político para
cumplirse. Demostrado está que no vamos a obtener victoria posible sobre el imperialismo sin capturar el poder político, hoy
instrumento de opresión, convertible por al APRA en arma de liberación. En esta acción política de derrocamiento de las clases
u oligarquías, que son agentes y cómplices del imperialismo en nuestros países, necesitamos imperativamente la acción del
frente único. Y la unificación o confederación política indoamericana que ninguna clase aisladamente podría cumplir sin ayuda
de las otras, requiere la organización de ese frente. ¡No olvidemos la realidad! La unificación gradual, económica primero,
política después, o total de súbito -caso más difícil, pero no por eso menos anhelado-, tendrá que realizarse, también, por
política de frente único, a través de un partido disciplinado y poderoso.
¿Cuánto duraría esa tarea política? ¿Cuánto tiempo pasará, para que nuestro partido tenga
que seguir luchando contra el enemigo, así en frente único y llevando en su seno la alianza de los trabajadores de la ciudad
y del campo con las clases medias y los intelectuales? Ante esta interrogante precisa pensar, aunque sea superficialmente,
en las condiciones geográficas, étnicas, económicas, sociales, políticas, culturales y morales de nuestros pueblos. Después
de una rápida observación de la realidad de Indoamérica no hemos de perder el optimismo. Antes bien, ha de quedar más fuerte
que nunca; pero renegaremos honradamente de todas las fantasías retóricas, que nos embarcan en sus aviones de hipérbole y
nos llevan por explosiones de demagogia hasta las regiones de la nigromancia, donde basta friccionar la lámpara maravillosa
del deseo para que el mundo se transforme.
Empero, puede admitirse una objeción posible -¡todo es posible en los reinos de la irrefrenable
imaginación y del simplismo!-: demos por hecha automáticamente la unidad de nuestros países, o mejor -para no caer totalmente
en lo inverosímil-, razonemos con otra posibilidad nada remota: que el APRA, por medio de uno de sus Partidos nacionales,
tome el poder en algunos de nuestros países y comience a ejercer, desde el nuevo baluarte, toda la influencia posible para
cumplir su plan de resistencia antimperialista continental y de unificación indoamericana. La acción política de frente único
sería más necesaria que nunca en tal caso. El imperialismo atacará, directa o indirectamente, pero atacará puesto que en cualquier
país de nuestra América donde pierda la influencia política perderá el imperio económico. Como en Nicaragua, como en Haití,
como en Santo Domingo, etc., el imperialismo atacará. El APRA, en tal caso, dirigirá, quizás, el frente único nacional hacia
los campos de guerra, y entonces, las palabras que Sandino lanza hoy al mundo, las repetiremos todos en nombre de nuestra
nación amenazada: "Yo no soy liberal ni conservador; sólo soy defensor de la soberanía de mi país". El frente único en tal
caso sería político y militar, devendría nacional. La lucha cobraría caracteres más violentos, pero sería otro aspecto de
la misma lucha contra el mismo enemigo. Y para esa lucha, mientras el enemigo exista, el frente único, ya como partido, ya
como ejército, será indispensable.
¡Pero supongamos que no ataque! Situémonos en todos los casos para contentamiento de los
deportistas del pero leguleyo, invencible en los trópicos... Supongamos que conquistado
el poder político por el APRA en uno de nuestros países y dividiendo nuestra acción política en externa e interna, entremos
de lleno en el cumplimiento del tercer lema de nuestro partido: "nacionalización de la tierra y de la industria". ¡Ahí romperéis
vuestras lanzas!, gritarán los pseudo-ortodoxos. ¿Cómo conciliar el programa socialista con un partido de frente único? ¡Ahí
estáis perdidos!; ¡ahí el APRA comenzará a desaparecer!
Como el APRA no es un fin sino un medio, bien muerta estaría y funerales heroicos habría
que demandar al mundo si sólo cumpliera la gloriosa tarea precursora de federar los Estados Indoamericanos, después de arrebatar
el poder a las clases u oligarquías traidoras, que hacen de él instrumento del imperialismo. Tiempo suficiente habría de vivir
para que cada uno de los cien millones de conciudadanos nuestros -o a los que fueran en número al realizarse la obra estupenda-
el APRA les legara su bandera victoriosa como símbolo de liberación y de unidad nacional. Su jornada sólo sería comparable
y sobrepasaría a la de la independencia de España, puesto que cumpliría, superada, nuestra segunda emancipación.
Empero, el realismo del APRA va más lejos y la librará de la muerte prematura. La nacionalización
de la riqueza es, y la desfeudalización especialmente, arma antimperialista primero
-arma defensiva de la soberanía nacional- y arma de justicia social en seguida.
El imperialismo, como fenómeno económico, afecta a nuestra riqueza, la captura, la domina, la monopoliza. Subyuga en torno
de ella a nuestros pueblos como naciones[23] y a nuestros trabajadores como clases explotadas.
La primera actitud defensiva de nuestros pueblos tiene que ser la nacionalización de la riqueza arrebatándola a las garras
del imperialismo. Luego, la entrega de esa riqueza a quienes la trabajen y la aumenten para el bien colectivo: su socialización
progresiva bajo el contralor del Estado Defensa y por el camino de un vasto cooperativismo. (Véase el Cap. VII). He ahí el
ideal.
Pero observemos la misma realidad europea. Rusia nos puede servir de ejemplo. Más aún,
Rusia es el mejor y único ejemplo a qué referirnos en este caso.
¿Cuál es la lección histórica de Rusia post-revolucionaria? ¿El triunfo del socialismo marxista?
¿La derrota total del capitalismo? Ni lo uno ni lo otro. Los mismos líderes del comunismo -y basta haber leído a Marx y Engels,
para comprender cuán seguros están de la verdad- han declarado mil veces que
Rusia no es todavía un país donde impera el socialismo.[24] Todos admiten que Rusia va hacia el socialismo.
Está en marcha desde hace diez años de gigantesca faena revolucionaria, en la que hay que admirar tanto el realismo para rectificar
como la maravillosa tenacidad para persistir. Mientras Rusia nos anuncia el advenimiento total del socialismo, vinculado a
la transformación social de toda Europa, nos da ya una lección clara, innegable: Rusia es el primer país del mundo que ha
derrotado al capitalismo en su forma imperialista. Es ésa su única victoria completa hasta ahora y su única inobjetable experiencia
histórica para el mundo.
Hace diez años que el pueblo ruso, bajo las banderas del partido bolchevique, derrocó
los restos del régimen del zar y el inestable gobierno de Kerensky, instrumentos del imperialismo extranjero en Rusia y de
las clases nacionales aliadas a él. La primera tarea ha sido, pues, de liberación nacional, bajo la égida de un poderoso y
disciplinado partido revolucionario de las clases obreras y campesinas dirigido por intelectuales. Rememorando la situación
de Rusia al producirse la revolución de 1917, Trotsky la precisaba muy bien en uno de sus discursos: "o descender definitivamente
al nivel de una colonia o resurgir bajo la forma socialista, tal es la alternativa de nuestro país". El Partido Comunista
ruso realizó victoriosamente su primera tarea nacionalista revolucionaria: capturar el Estado, instrumento del imperialismo
extranjero y de la burguesía y de la clase feudal nacionales, sus aliados, y limpiar el suelo soviético de todos los rastros
imperialistas.
La segunda tarea de los comunistas rusos fue la de nacionalizar y estatizar la riqueza.
El programa máximo no pudo cumplirse y se intentó un programa mínimo. La primera parte de la nacionalización antimperialista
se realizó, declarando a la nación dueña única, y al Estado, contralor exclusivo de la riqueza nacional. La segunda parte
de la nacionalización -la entrega total de la producción a los productores y la eliminación absoluta de la pequeña burguesía
y de la pequeña propiedad-, no puede cumplirse totalmente todavía. La "Nueva Política Económica" -NEP- de Lenin detuvo, con genial oportunismo, el programa máximo sobre tierras e industrias. La alianza económica
con la burguesía desposeída del poder político marcó una rectificación necesaria. Rusia, libre ya del imperialismo, ha mantenido
el sistema de la NEP por largos años. Día llegará en que el socialismo impere en Rusia. Mientras tanto ha de ser necesario
un largo proceso de Capitalismo de Estado que suprima, progresivamente, la NEP y cumpla la misión histórica de industrializar
el país, tarea que la pesada burguesía rusa no alcanzó sino a iniciar.
Y esto es lo que enseña la moderna Rusia: el país se ha liberado del imperialismo por
la nacionalización de la industria, por el monopolio estatal del comercio y por el contralor del ingreso de capitales extranjeros.
La "forma socialista" está aún lejana. Pero la victoria sobre el imperialismo prácticamente se ha cumplido de acuerdo con
las necesidades del nuevo Estado proletario.
Indoamérica debe aprovechar la experiencia de la historia, sin caer en la imitación servil.
La realidad geográfica, étnica, económica y política de Rusia es muy diferente de la nuestra. Empero, hay hechos de valor
universal que implican lecciones y ejemplos para todas las latitudes y para todas las épocas. Y Rusia ofrece al mundo el primer
caso de liberación económica antimperialista de la historia contemporánea, con todas las características de una auténtica
revolución social y nacional. Para cumplirla, el Partido Socialista ruso debió emanciparse de la Segunda Internacional y tomar
un nombre de su propia lengua -Bolchevismo-, cuyo significado literal, como es sabido, carece de sentido marxista o europeo
antes de la revolución de 1917. Los dirigentes rusos comprenden bien el imperativo nacional de su gran revolución. Y aunque
su terminología sea extranjera para nosotros, no lo es para el pueblo ruso; la revolución toma formas nacionales y crea su
léxico[25]. No faltan quienes en nuestras tierras aprendan devotamente el léxico y lo repitan
arrogantes. Ignoran que lo que hace falta es comprender el hecho histórico, adentrarse en la experiencia... y olvidar el léxico
para crear uno propio.
Estableciendo las diferencias profundas y numerosas y anotando las semejanzas de tesis general
entre los casos de Rusia y China y el de Indoamérica, el APRA sostiene el principio de la acción autónoma de nuestros pueblos
en su lucha contra el imperialismo. Aprovecha las experiencias de la historia, las verifica en nuestro suelo, y desechando
críticas absurdas se afirma realistamente en la dialéctica de los hechos[26]. Por eso, el Partido Antimperialista de frente único que propugna el APRA crea
un vasto movimiento nacional indoamericano que afronte realistamente la obra de nuestra emancipación del imperialismo.
Notas
[19] Recordemos esta
frase de Engels: "En tanto una forma de producción se encuentra, por decirlo así, en la rama ascendente de su evolución, la
acogen con entusiasmo los mismo que han de sufrir la forma de repartición correspondiente;
tal fue la actitud de los obreros ingleses al advenimiento de la gran industria. Mas aún, en tanto ese modo de producción
sigue siendo el modo social normal se contentan, en suma, con la repartición y salen entonces las protestas del seno mismo
de la clase dominante (Saint Simon, Fourier, Owen), sin que encuentren verdadero eco
en la masa trabajadora (und sindet beider ausgebeirteten masse erst recht keinen
Anklang)". Friedrich Engels, Hernn
Eugen's Dühring Umwalzung der Wissenschaft, Zweiter Abschnitt-Politische-Oekonomie. Gegenstand und
methode, op. cit. (Subrayado por H. de la T.).
[20] Haya de la Torre, Por la Emancipación de América Latina. Edit. Gleizer, Buenos Aires, 1927.
[21] George Bernard
Shaw avizora, para el caso de una nacionalización socializada de las fuerzas de la producción en Inglaterra, cierto papel
interesante de "circulación y distribución" de la riqueza en los pequeños comerciantes de las clases medias, cuando escribe:
"Mientras vamos nacionalizando las grandes industrias y los grandes negocios de ventas al por mayor, podremos dejar a un buen
número de revendedores no oficiales la labor de pequeña distribución, tal como lo hacen hoy día, pero con la diferencia de
que podremos controlarlos en materia de precios como hacen los trusts. En tanto, les permitiremos mejores condiciones de vida
que las que los terratenientes y capitalistas les permiten y los libraremos del continuo miedo a las quiebras, inseparable
del presente sistema". - G. B. Shaw. The
Intelligent Woman's Guide to Socialism and Capitalism. Constable & Co;
London, 1929, pág. 386. (Está
traducido al castellano por la Editorial M. Aguilar, de Madrid).
[22] Véase Sun-Yat-Sen and the Chinese Republic by P. Linenbarger, London, 1927 y Memoirs of a Chinese Revolutionary by Sun-Yat-Sen, London-New York, 1927. Ver también The Youth Movement in China by C. T. Wang, N. Y., 1927.
[23] Llamo la atención
del lector sobre este concepto: El imperialismo subyuga y explota económicamente a nuestras clases trabajadoras; pero subyuga
y explota, también, a nuestros pueblos como naciones. El sistema de grandes empréstitos y concesiones fiscales que contratan
nuestros gobiernos, financia el imperialismo y pagan los ciudadanos todos de nuestras repúblicas, es una de las formas imperialistas
y más características en Indoamérica. C. K. Hobson en su interesante libro The Export
of Capital (Constable & Co., London, 1924), nos recuerda la influencia del capital británico en los primeros pasos
de las finanzas de nuestras nacientes repúblicas y dice: "el resultado de las inversiones británicas en el extranjero durante
la primera década que siguió a las grandes guerras napoleónicas fue muy poco satisfactorio..., el dinero que se suscribió
para los empréstitos de Sudamérica se perdió casi todo. Una de las pocas especulaciones que tuvo al fin éxito, fue el empréstito
de Buenos Aires, del que el gobierno bonaerense pagó todos los atrasos después que los intereses habían estado impagos durante
30 años" (Op. cit., pág. 104). No obstante esos fracasos, Hobson nos advierte que "el capital británico en Sudamérica invertido
en bancos y ferrocarriles, se estimó en 1866 como tres veces mayor que lo que había sido diez años antes" (Op. cit., pág.
174). Como se sabe, los empréstitos a cambio de garantías fiscales que gravan la contribución de la nación entera son formas
imperialistas de expansión económica, puestas en práctica desde la Independencia, como queda anotado en el Cap. I. Característico
caso es el que recuerda un historiador peruano: "Sabido es que García del Río y Paroissen fueron a Europa con carácter de
Ministros Plenipotenciarios del Perú y que entre sus muchas instrucciones estaba comprendida la negociación de un empréstito
de 6,000,000 de pesos. En efecto, lo celebraron el 11 de octubre de 1822 con Thomas Kinder. Según este contrato, el empréstito
era de £ 1,200,000, valor nominal y por cada £ 65 se reconocían ciento; se abonaba el 6 % de interés anual y al contratista
el 2 % de comisión. La entrega debía hacerse en seis plazos, debiendo abonarse el último saldo el 15 de mayo de 1823. Para
la seguridad del pago del capital e interés quedaban hipotecadas las entradas de la Casa de Moneda, las Aduanas y demás rentas
fiscales, obligándose el gobierno a no disponer de las sumas necesarias para dichos pagos en ningún otro objeto por urgente
que fuera. Para amortizar la deuda, deberían remitirse £ 30,000 en diciembre de 1825 y en los siguientes años; £ 14,000. Podía
el Gobierno del Perú contraer nuevo empréstito que no excediera de £ 2,000,000, dando seguridades de que se le prohibía celebrar
tercer empréstito". Mariano Felipe Paz Soldán. Historia del Perú Independiente,
(1822-1827). Edit. América, Madrid, 1919, Vol. I, Cap. XV, págs.
343 a 348).
[24] "Sin duda estamos muy
lejos de la victoria completa del socialismo. Un país sólo no puede hacer más". Lenin. La
Revolución proletaria y el Renegado Kautsky. Edit "La Internacional", Buenos Aires, 1921, pág. 76.
[25] Lenin escribía en 1919:
"Los Soviets son la forma rusa de la dictadura del proletariado". Y en seguida añade: "Si un teórico marxista en una obra
sobre la dictadura del proletariado estudiara a fondo este fenómeno... ese teórico comenzaría por definir la dictadura, luego
consideraría, su forma especial nacional, los Soviets, y haría su análisis tomándolo
como una de las formas de la dictadura del proletariado". Lenin. La Revolución Proletaria y el Renegado Kautsky. Edit. "La Internacional", Buenos Aires, 1921, pág. 37. En marzo
de 1919 Lenin escribía: "En octubre de 1917 tomamos el poder con los campesinos como un todo. Fue ésta una revolución burguesa, por cuanto la lucha de clases en el campo no se desarrolló aún". Lenin. "Obras",
vol. XVI, pág. 143 (citado por Trotsky en "La Revolución Permanente", cap. V). Vale citar, también, del discurso
de Lenin ante el Partido Comunista Ruso de 1919, estas palabras que acusan bien el carácter típicamente nacional del fenómeno
revolucionario ruso: "En un país en que el proletariado tuvo que adueñarse del Poder con ayuda de los campesinos, donde le
correspondió el papel de agente de la revolución pequeño-burguesa, nuestra revolución, hasta la organización de los Comités
de campesinos pobres, esto es, hasta el verano y aún el otoño de 1918, fue en grado considerable una revolución burguesa".
Lenin. "Obras", vol. XVI, pág. 105 (citado por Trotsky en "La Revolución Permanente", cap. V).
[26] Véanse los Capítulos
VI y VII.
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