En los capítulos anteriores quedan esbozadas las bases ideológicas del APRA y sumariamente planteadas sus tesis normativas
de doctrina y de táctica. ¿Qué falta decir antes de iniciar el capítulo final?
Para formular nuestro completo programa de acción
no es tan necesario presentar un esquema brillante de aforismos novedosos, como dejar bien en claro las bases sobre las que
se afirma el nuevo sistema. Para el Aprismo, la realidad económico-social de Indoamérica es el punto de partida de su acción
política. Consecuentemente, descubrir esa realidad ha sido y es su primera misión revolucionaria.
Vale recordar, que hasta ahora, la interpretación de la realidad indoamericana ha sido buscada empecinadamente en Europa.
Conservadores y radicales, reaccionarios y revolucionarios, no han podido jamás explicarse los problemas de estos pueblos
sino a imagen y semejanza de los europeos. Esta gran paradoja histórica tiene su más alta expresión en la influencia notoria
de la filosofía y literatura de la Revolución Francesa, como inspiración doctrinaria de nuestra Revolución de la Independencia.
“Para los descontentos colonos de la América portuguesa y española, la Revolución Francesa les sirvió de gran ejemplo”,83 y –a pesar de que el contenido social y político del movimiento francés correspondía a una etapa económico-social mucho
más avanzada que la que históricamente tocaba vivir a los pueblos indoamericanos– adoptamos las voces de orden, los
preceptos y las fórmulas de París como el infalible recetario que había de darnos también libertad, igualdad y fraternidad.
Y mientras en Francia significó el derrocamiento del feudalismo, en Indoamérica representó la afirmación y autonomía del poder
feudal colonial. Allá la aristocracia latifundista fue aplastada y aquí los aristócratas terratenientes criollos se libraron,
revolucionariamente, del imperio de la metrópoli y capturaron el Estado como instrumento de dominio de su clase. ¡Así es cómo
en los países indoamericanos “la idea de la independencia no arraigó en hombres de origen plebeyo sino en la aristocracia”!84 “Por eso la revolución de la independencia fue genuinamente criolla”85 vale decir, la revolución de la clase feudal latifundista hispanoamericana contra el yugo económico y político que la corona
española le imponía.
Resultado paradojal de la revolución emancipadora indoamericana fueron sus regímenes políticos nominalmente democráticos
–correspondientes a una etapa económico-social posterior, burguesa o capitalista–, en contradicción con la organización
feudal de la producción imperante en nuestros pueblos. Porque “la Independencia no destruyó el latifundio; lo afirmó.
Las ideas de los liberales y radicales franceses perdieron su valor subversivo una vez instauradas las repúblicas indoamericanas.
Los esclavos no se libertan inmediatamente, pese al afán democrático. La esclavitud de los negros subsiste en el Brasil hasta
1880 y en el Perú hasta 1860. No obstante el grito inicial de emancipación, la esclavitud del indio continúa. El aislamiento,
caro al terrateniente, única clase triunfante de la Revolución de la Independencia, determina la división y subdivisión de
los antiguos virreinatos españoles en muchas repúblicas. Todo esto sucede porque las bases económicas sobre las que descansa
la sociedad, son feudales. El feudalismo necesita del siervo de la gleba, e Indoamérica, con instituciones medievales antidemocráticas,
tenía que recurrir al esclavo indio o negro”.86
Ningún sistema político y social que no sea el
de los Estados Unidos del Norte, ha surgido en el Nuevo Mundo como expresión auténtica de la realidad americana. Los Estados
Unidos se inspiraron evidentemente en las ideas de los grandes filósofos prerrevolucionarios franceses, pero con ellas crearon
un sistema de organización estatal y de gobierno propio y nuevo, característicamente norteamericano y completamente concorde
con su realidad y su grado de evolución histórica. Por eso las repúblicas de Indoamérica y la de Norteamérica “no tienen
en común sino el nombre”.87 La organización republicana de los Estados Unidos fue paradigma de la Revolución Francesa y camino señero de
realización democrática. Nuestro republicanismo feudalista y tumultuario, ni siquiera alcanzó al plano brillante y original
de las agitadas repúblicas italianas de la Edad Media. “En Norteamérica vemos una gran prosperidad basada en el crecimiento
de la industria y de la población, en el orden civil y en la libertad. Toda la Federación constituye un solo Estado y tiene
un centro político. En cambio las repúblicas sudamericanas se basan en el poder militar; su historia es una continua revolución;
estados que estaban antes federados, se separan; otros que estaban desunidos, se reúnen y todos estos cambios vienen atraídos
por revoluciones militares”, son palabras de Hegel en una admirable visión panorámica de los años iniciales de la América
independiente.88
La conquista española rompió el ritmo de la evolución
social y política de las primitivas organizaciones indígenas americanas, cuyos más definidos exponentes fueron los imperios
de México y el Perú. Pero la Conquista no logró destruir los sistemas de asociación y de producción autóctonos. Sojuzgó y
explotó; o –recordando los agudos conceptos de Hegel– conquistó y
no colonizó. Con “los órganos con que puede ejercitarse un poder bien fundado: el caballo y el hierro”89 los españoles fueron vencedores implacables de masas inmensas de hombres a pie que sólo usaban elementales armas de bronce.
Pero en ninguno de los grandes centros poblados
de Indoamérica –México y los varios países de hoy, que comprendía el viejo imperio peruano, por ejemplo– el importado
sistema feudal, de trescientos años de coloniaje y cien más de república neocolonial, pudo erigir una organización propia,
realista y firme. Una lucha honda y secular entre las masas de población indígena, contra sus opresores feudales, llena de
episodios sangrientos la historia de estos pueblos, desde la conquista hasta nuestros días. Esa lucha que subsiste, y en la
que la Revolución campesina mexicana inicia una nueva etapa, representa la profunda oposición de las formas primitivas y tradicionales
de reparto y propiedad de la tierra contra el feudalismo europeo importado por los españoles: el ayllu, la comunidad,
el callpulli; frente al feudo, al latifundio.90
España vence, pues, militarmente a los imperios
indígenas, pero su victoria, capaz de destruir el mecanismo político de los pueblos que conquista, no logra derribar totalmente
sus estructuras económicas. La conquista trae un nuevo sistema pero no puede acabar con el sistema anterior. El feudalismo
importado no cumple una tarea de evolución integral. Se yuxtapone al sistema autónomo y deviene coexistente con él. La nueva
clase feudal americana, el feudalismo criollo, no consigue tampoco destruir las bases del viejo sistema. Este fenómeno –especialmente
notable en los países sudamericanos comprendidos dentro de las fronteras del Imperio de los Incas– constituye su línea
histórica fundamental. Con la Independencia, la clase feudal criolla, fortalecida en trescientos años de desarrollo, logra
emanciparse del contralor de la clase feudal dominante española, respaldo de la corona. Este conflicto de intereses tuvo su
línea central en la necesidad de sostener el monopolio comercial por parte de la clase dominante española y la necesidad de
libre cambio por parte de la clase dominante criolla.91 Ésta se independiza presurosa, y captura el poder político por una razón económica ineludible.92 Conserva el tipo feudal de su organización social, le añade el libre cambio y adapta a sus nuevos organismos
autónomos, regímenes republicanos, copias de los métodos revolucionarios europeos de la época. El libre cambio fortalece a
una clase que durante la colonia había tenido capacidades restringidas: la clase comercial. En ella se gesta el embrión de
una elemental burguesía nacional.93 El libre cambio trae también los gérmenes primeros del naciente imperialismo económico que viene a la América
bajo las banderas británicas que entonces gobernaban los mares, sin rivales. Las primeras inversiones de capital extranjero
se alían con la clase feudal y con la clase comercial y van perfilándose más y más así los comienzos de la burguesía colonial.
A través de cien años, el imperialismo inglés
primero y el norteamericano últimamente –para no mencionar sino a los de mayor importancia–, van enlazando cada
vez más fuertemente el aparato feudal de nuestros pueblos. Luego llegamos a la época actual en que el imperialismo yanqui
ha desplazado a su rival británico y va quedándose dueño de gran parte del campo, que controla y vigila. Pero en el curso
de nuestra evolución económica las etapas no se suceden como las de la transformación de un niño en hombre. Económicamente,
Indoamérica es como un niño monstruoso que al devenir hombre le creció la cabeza, se le desarrollo una pierna, una mano, una
víscera, quedando el resto del organismo vivo pero anquilosado en diferentes períodos del crecimiento. Examinando el panorama
social de nuestros pueblos encontraremos esta coexistencia de etapas que deberían estar liquidadas. Cada una conserva vitalidad
suficiente para gravitar sobre el todo económico y político.
En Indoamérica sobreviven los tres Estados que
Engels adopta de la división de Morgan:94 Salvajismo, Barbarie, y Civilización. El salvajismo en su estado “medio y superior”, incluyendo
formas de canibalismo. Los tres estados del barbarismo –y, en los que incluiremos al semi-salvaje de las tribus más
desarrolladas, capaces del cultivo incipiente, cerámica, etc.–, el comunismo primitivo, el colectivismo agrario organizado
en grandes extensiones; los restos sociales de las civilizaciones autóctonas, el patriarcado y el feudalismo de tipo medieval
con todas sus características. Luego la civilización contemporánea, el industrialismo y el capitalismo. A cada una de estas
etapas –representadas por capas raciales de millones de hombres–, corresponden –obvio anotarlo– grados
de mentalidad, de índices proporcionales de cultura. Esta coexistencia de etapas podría perder su originalidad, su carácter
distintivo, si comparamos América con Asia o África, en donde hoy existe un panorama social aparentemente semejante. Pero
el volumen proporcional de representación demográfica de esas etapas, en cualquier otro continente, no alcanza como en Indoamérica
el relativo equilibrio, y los violentos contrastes que descubrimos en ella. Además, ninguna escala tan completa de todas las
etapas de la evolución humana como la que ofrece Indoamérica con sus agregados étnicos de inmigraciones sucesivas, de tan
abundante mezcla con las razas blancas. Y si encontramos en la vasta extensión de nuestro continente este panorama de la evolución
social, completo, preciso y compacto, es curioso anotar que en cada país –en la mayor parte de ellos–, la encontramos
reproducida en pequeño. Brasil o Ecuador, México o Perú, Colombia o Paraguay, nos ofrecerán dentro de sus fronteras un completo
y vivo cuadro de la evolución de la sociedad humana a través de las edades.
El Estado en nuestros países –por más que
predomine en ellos la clase feudal y sea instrumento político de ésta–, representa algo de los otros elementos constitutivos
del grupo social y aparece en muchos casos indefinido y bamboleante, sin llegar a ser verdadera expresión preponderante absoluta
de una clase dada. Ya hemos anotado que el imperialismo usa del Estado también como su instrumento político de dominación
más o menos indirecta y que se adapta a sus diversas formas o momentos de desarrollo para aprovecharlo como tal. La división
aprista de los cuatro sectores de influencia imperialista, coincide en gran parte con los varios momentos de desarrollo del
Estado como institución político-social en Indoamérica. El Estado en Centro América difiere del Estado en los países bolivarianos,
alcanza mayor desarrollo y firmeza en Chile y en los países del Plata, y toma modalidades varias en el Brasil, forma típica
de federación. Esta diversidad de etapas de desarrollo del Estado está determinada evidentemente por las condiciones económicas
predominantes en cada uno de los sectores mencionados.
La tesis de “los cuatro sectores” –citada en el Capítulo IV–, está pues, relacionada con diversas
formas de desarrollo económico-social que determina el desarrollo político-estatal. La división, desde este punto de vista,
no es absolutamente estricta porque la tesis fue formulada teniendo en cuenta, primordialmente, las formas de acción o los
métodos de ofensiva del imperialismo en cada uno de esos sectores; pero hemos de tomarlo como punto de partida para lo que
podríamos llamar la tesis de las fronteras económicas.95
El programa del APRA enuncia en su segundo postulado
la unión política y económica de los países latinoamericanos. Es la aspiración tradicionalmente sostenida en poemas y discursos,
por líricos, románticos, idealistas y místicos del latino o indoamericanismo. Para realizar el plan realista de unión, es
necesario estudiar las determinantes económicas de la división política actual. Exceptuando Brasil y Haití no hay ni razones
oficiales de idioma. Sin excluir a ninguno de nuestros países, no hay motivos importantes de división técnica. Salvo las imperativas
limitaciones geográficas de los países insulares en el Caribe, las fronteras entre nuestros estados no son casi nunca ni fronteras
naturales siquiera. Justamente las fronteras de la geografía republicana han encerrado pueblos de diverso idioma –Perú,
Bolivia, Brasil–, de diversas razas –todos casi los indoamericanos–, y más o menos definidas fronteras naturales
dentro de sus límites políticos que hoy resultan arbitrarios. En los últimos tiempos el imperialismo ha contribuido a crear
nuevas fronteras –Panamá y la última separación de las pequeñas repúblicas centroamericanas–, de acuerdo con sus
planes de explotación económica. Frecuentemente se ha aludido al bajo índice demográfico de nuestros países, como causa de
la concentración de grupos sociales en torno de zonas de posible intercambio. Esta explicación también corresponde a la condición económica feudal –falta de vías de comunicación, deficiente técnica
para la producción y la circulación, y para el contralor estatal o político de grandes zonas– que determinó la división
política de las actuales veinte repúblicas. Ya el régimen colonial español fue trazando las fronteras de sus dominios de acuerdo
con las condiciones económicas, que variaron grandemente en tres siglos. Los dos inmensos virreinatos fundados por el imperio
español en América, México y Perú, fueron subdividiéndose más tarde. La Independencia –cuyas raíces económicas ya he
analizado– erige los nuevos Estados sobre las bases de los virreinatos, capitanías y audiencias, modificadas por las
dos fundamentales causas económicas que determinaron la Revolución contra España: la emancipación de las clases feudales criollas
–vale decir, la toma y el uso del poder político por ellas mismas que supone ciertas dificultades técnicas para los
nuevos Estados, que se simplifican con la reducción de la extensión territorial dominada–, y el establecimiento del
libre cambio que trajo a América una transformación económica por la aceleración del comercio, la formación y la prosperidad
de los centros de exportación e importación; la urgencia de fronteras aduanales y de su contralor directo y eficaz dentro
de determinadas zonas.96 Las fronteras políticas actuales de nuestros países son fronteras económicas, pero correspondientes a una etapa
feudal. Las demarcó la clase feudal criolla al libertarse de España; pero no corresponden a una delimitación económica moderna
anti-feudal y menos a una delimitación revolucionaria y científica.
83 William Spence Robertson, History of the Latin American Nations.
Appleton & Co., New York, 1922, pág. 138. Y de
la misma obra: El Espíritu de las Leyes, de Montesquieu, que exalta la división del poder constitucional inglés –tal
como él lo entiende–, en ejecutivo, legislativo y judicial, los ensayos, historias y poemas de Voltaire que criticaban
a la Iglesia y a otras instituciones en rudas frases; la Historia Filosófica y Política de las Indias por Reoynal, un informado
volumen sobre colonización que denunciaba a sacerdotes y príncipes; la Enciclopedia de Diderot, que resumió los resultados
del libre examen; todas estas producciones estimularon a los pensadores de varios sectores de la América Española. El Contrato Social de Rousseau, publicado en 1762, que discutía los males del gobierno monárquico y formulaba
la doctrina de que los gobiernos se basan en convenios, incitaron el espíritu de revuelta en ciertos latinoamericanos”,
pág. 138.
84 Manoel de Oliveira Lima. The Evolution of Brasil compared with that of Spanish and Anglo Saxon
America. Edit. Stanford University, California, 1914. Lectura
IV, pág. 74. En la lectura II dice: “Sólo un limitado grupo de hombres de cultura abogaban por los
derechos de libertad y propio gobierno”, pág. 38.
85 Bartolomé
Mitre Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana. Segunda
Edición. Félix Lajuane, Editor. Buenos Aires, 1890. Vol. I. Cap. I, pág. 57. Y refiriéndose a la influencia del movimiento francés dice: “La Revolución Francesa de 1789 fue consecuencia inmediata
de la revolución norteamericana cuyos principios universalizó y los hizo penetrar en la América del Sud por el vehículo de
los grandes publicistas del siglo XVIII que eran conocidos y estudiados por los criollos ilustrados de las colonias o que
viajaban por Europa y cuyas máximas revolucionarias circulaban secretamente en las cabezas, como las medallas conmemorativas
de la libertad de mano en mano”. Op. cit. Vol. 1, cap. I, pág. 44. José María Mora, en su obra México y sus Revoluciones, París, de Rosa 1836, se refiere a la influencia de la Revolución Francesa “que
bajo un aspecto ha sido un manantial de errores y desgracias y bajo otro una antorcha luminosa y un principio de la felicidad
para todos los pueblos, produjo en México todo su efecto y fue disponiendo, aunque lentamente, los ánimos
a los grandes cambios que se preparaban”. Vol. I, pág. 86.
86 Haya de la Torre. Conferencia
en la Universidad Nacional de México. Versión taquigráfica de C. M. Cox, publicada en la revista Amauta, año III, N°
12, febrero de 1928. Incluida en “Ideario y Acción Aprista”.
Buenos Aires, 1930.
87 James Bryce, South America. Observation Impressions, Macmillian, London 1912, pág. 507.
88 G. W. F. Hegel,
Lecciones sobre la Filosofía de la Historia. “Revista de Occidente”,
Madrid, 1928, Vol. I, pág.181. Y añade: “Otra diferencia es que América del Sur fue conquistada mientras que la América
del Norte ha sido colonizada. Los españoles se apoderaron de Sudamérica para dominar y hacerse ricos, tanto por medio de los
cargos políticos como de las exacciones. Estando lejos de la metrópoli su voluntad disponía de más amplio espacio. Usaron
de la fuerza, de la habilidad, del carácter, para adquirir sobre los indígenas un enorme predominio. La nobleza, la magnanimidad
del carácter español no emigraron a América. Los criollos, descendientes de los emigrantes españoles, continuaron exhibiendo
las mismas arrogancias y aplastando bajo su orgullo a los indígenas. Pero los criollos se hallaban a su vez, bajo la influencia
de los españoles europeos y fueron impulsados por la vanidad a solicitar títulos y grados. El pueblo se hallaba bajo el peso
de una rigurosa jerarquía y bajo el desenfreno de clérigos seculares y regulares. Estos pueblos necesitan ahora olvidar el
espíritu de los intereses hueros, orientarse en el espíritu de la razón y la libertad”, ob. cit. pág. 181.
89 Hegel, Op. cit., pág.
179. Carlos Pereyra escribe: “Se dice que uno de los principales factores de la conquista de América fueron los caballos.
Es verdad: el caballo, el acero y la pólvora establecieron la dominación sobre millones de indígenas americanos. No olvidemos
al perro, fiera paralizante, caballería ligera del conquistador”. La obra
de España en América, Madrid, 1925, pág. 120.
90 Las tierras
del imperio mexicano estaban divididas entre la corona y la nobleza, el común de vecinos y los templos. “En el imperio
mexicano eran pocos, según creo, los feudos propios y ninguno, si queremos hablar con rigor jurídico, pues no eran en su institución
perpetuos sino que cada año se necesitaba una nueva renovación e investidura”. “Las tierras que se llamaban altlepetalli, esto es, de los comunes de las ciudades y villas, se dividían en tantas
partes cuantos eran los barrios de aquella población y cada barrio poseía su parte con entera exclusión
e independencia de los otros. Estas tierras no se podían enajenar bajo ningún pretexto. Entre ellas había las destinadas a
suministrar víveres al ejército, las cuales se llamaban milchimalli o calcalomilli, según la especie de víveres que daban”... “El comercio no sólo se hacía por medio de
cambio, como dicen algunos autores, sino también por compra y venta. Tenían cinco clases de moneda corriente”. Francisco
Saverio Clavijero, Historia Antigua de México. Traducción del italiano de José Joaquín de Mora. Editor Ackerman, Londres, 1826. Vol.
I, págs. 316, 317, 318 y 319. – “Los toltecas
introdujeron en México, (1148) el cultivo del maíz y del algodón, construyeron ciudades, caminos y las grandes pirámides,
que aunque muy desfiguradas por el transcurso del tiempo, son todavía la admiración de los sabios, en razón de la regularidad
de su construcción, de sus frentes perfectamente ajustados a los puntos cardinales y de lo vasto de sus enormes masas. Los
toltecas hacían uso de la escritura jeroglífica que trasmitieron a los mexicanos, sabían fundir los metales y cortar las piedras
más duras y tenían un año solar más perfecto que el de los griegos y romanos, pues las observaciones que sirvieron para arreglarlo
eran más exactas, la distribución de los meses más regular y la intercalación para ajustar el curso del año con las estaciones,
hecha con más tino y conocimiento”. Cita de la obra de José María Luis Mora México y sus Revoluciones. París, 1826. Op. cit., Vol. I, págs. 60 y 61. – En el Perú de los Incas “la tierra concedida a persona particular pasaba
a sus descendientes, mas con tal condición que ni el primer poseedor ni los sucesores la podían enajenar, trocar, partir,
ni disponer de ella por ninguna vía ni manera; salvo que uno que representaba siempre la persona del ayllo y linaje como pariente
mayor, la tenía en su cabeza y dividía cada año entre los deudos conforme sus costumbres, de suerte que todos gozasen de su
fruto; y repartirse por cabezas”... “La misma división tenía hecha el Inca de todo el ganado manso que dé las
tierras, aplicando una parte a la Religión, a sí otra, y a la comunidad otra; y no sólo dividió, separó cada una de estas
partes, sino también las dehesas y pastos en que se apacentasen”... “La lana del ganado de la comunidad se repartía
entre la gente del pueblo, dando a cada uno la cantidad que había menester tasadamente para sí y para su mujer e hijos; y
visitábanlos los caciques para ver si la habían hecho ropa, no dejando sin castigo al que se descuidaba y con este cuidado
andaban todos vestidos. Al repartir esta lana de comunidad no se atendían a si la tal persona a quien se daba tenía lana de
su ganado”. P. Bernabé Cobo de la Compañía de Jesús. Historia del Nuevo Mundo. Sdad. de Bibliófilos Andaluces.
Sevilla. Primera Serie. Vol. III, págs. 250, 251, 253. – “Daban a cada indio un tupo, que
es una hanega de tierra para sembrar maíz…, era bastante un tupo de tierra para el sustento de un plebeyo casado y sin
hijos. Luego que los tenía le daban por cada hijo varón otro tupo y para las hijas a medio; cuando el varón se casaba le daba
el padre la hanega que para su alimento había recibido”... “De manera que lo necesario para la vida humana de
comer y vestir y calzar lo tenían todos, que nadie podía llamarse pobre ni pedir limosna, etc.” Inca Garcilaso de la
Vega. Primera Parte de los Comentarios Reales, que tratan de los Incas Reyes que fueron del Perú,
etc.” Edición Pedro Crasbeeck. Lisboa MDCIX. Libro V. Cap. III, foja 102. Libro V. Cap. IX, foja 107.
Escribe H. Cunow: “Entre los Incas... no
existió el derecho de propiedad sobre el suelo en la forma en que el Derecho Romano lo concibe. Toda la tierra era considerada
como bien común; el que la había tomado en posesión y la cultivaba no era propietario en el sentido del derecho moderno, sino
usufructuario..., un derecho de propiedad privada no existió entre los antiguos peruanos como no existió entre las tribus
germánicas”. H. Cunow. Las comunidades de Aldea y de Marca del Perú Antiguo. Trad. castellana de María Woitscheck.
Biblioteca de Antropología Peruana dirigida por J. A. Encinas, Lima 1929, págs. 312-13.
91 En el
Prólogo de la Historia de Indias por Fray Bartolomé de las Casas. Edición M. Aguilar. Madrid (sin fecha), don Gonzalo
de Reparaz anota: “El dominio de España duró lo que tardó en constituirse una clase indígena intermedia, con ambiciones
propias e ideas diferentes de la casta superior”. Vol. I, pág. XVIII.
92 “A la sombra
de los intereses económicos venía elaborándose la idea revolucionaria” escribe Bartolomé Mitre en el prologo de su Historia
de Belgrano, Buenos Aires, pág. XIX.
93 “En
las etapas precapitalistas de la sociedad el comercio domina a la industria “. Karl Marx. El Capital. Edit. By Friedrich Engels. Transl. from the 1rst. German Edition.
Vol. III. Chap. XX, pág. 389.
94 Lewis
H. Morgan (1818-1888) Ancient Society, parte I, pág. 12, primera edición.
95 Las fronteras económicas en Indoamérica
no coinciden con las actuales fronteras políticas. Dentro de un plan de unión, federación o anfictionía económica y política
indoamericana, sería indispensable estudiar científicamente la adopción de lo que podríamos llamar “las nuevas fronteras
administrativas”.
96 Esteban Echevarría
describe con estas palabras el período siguiente a la emancipación: “La América independiente sostiene en signo de vasallaje,
los cabos del ropaje imperial de la que fue su Señora y se adorna con sus apolilladas libreas”. Véase Dogma Socialista,
Biblioteca Argentina. Buenos Aires, 1915, pág. 172.
97 Thomas A Joyce M. A. South American Archeology. Edit. Macmillian. London, 1912. Cap. V.
98 Según la opinión de
Max Uhle. (El Ayllu Peruano, Lima, 1911, pág. 82), el ayllu primitivo fue matriarcal; “se constituía esencialmente
de las mujeres y de sus descendientes, figurando en el título del ayllu sólo un hombre: el primer tío de todos los descendientes.
Era, pues, endógamo. Después evoluciona hasta devenir exógamo predominando la vinculación económica, pero sin perder su extracción
mística tradicional y familiar.
“Cuando los Incas más tarde avanzaron en
sus conquistas y lograron tomar posesión de todo el territorio que ocupa el actual Perú, Ecuador y Bolivia, la antigua división
en tribus, fratrías y comunidades de marca quedó subsistente en lo esencial”. H. Cunow. Organización Social del Imperio de los Incas. (Investigación del comunismo agrario en el Antiguo Perú). Trad.
castellana de María Woitscheck. Biblioteca de Antropología Peruana dirigida por J. A. Encinas, Lima 1923. Cap. IV, pág. 53.
99 Véase: Haya de la Torre.
Ideario y Acción Aprista. Buenos Aires, 1930, págs. 71-88 sobre La Realidad del Perú y Problema del Indio.
100 “Los métodos por los que la emancipación política quedó
asegurada en el Brasil difieren de aquellos empleados en la América Española, principalmente en esto:
nuestra independencia fue cumplida por así decirlo, sin guerra... y este carácter no sangriento de la revolución fue debido,
primeramente, a la existencia en el Brasil de un gobierno legítimo y tradicionalmente constituido, que sirvió como un escudo
contra las aspiraciones revolucionarias”. Manoel de Oliveira Lima.
The Evolution of Brazil compared with that of Spanish and Anglo Saxon
America. Edit. Stanford University
California (lectures) 1914, op. cit., pág. 47. Lect. II. Puede verse,
también: The History of Brazil (From the Period of the Arrival
of the Braganza Family in 1808 to the Abdication of Don Pedro The First in 1831) by John Armitage, vol. I. 1836, págs. 9, 10, 78. También, History of Brazil by Robert
Southey (3 vol.). London 1819 Historia dos Principaes Succesos politicos do Imperio do Brasil por José Da Silva Lisboa. Río de Janeiro.
Tipografía Imperial, 1826. Como dato interesante sobre la lucha comercial entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania en
el Brasil, tomo la siguiente tabla comparativa:
EXPORTACIONES AL BRASIL
(En millones de libras esterlinas)
País exportador |
1907 |
1912 |
1928 |
Gran Bretaña |
12 |
16 |
19.5 |
Estados
Unidos |
5 |
10 |
24 |
Alemania |
6 |
11 |
11 |
De The Empire Review. London. “British Interests in Brasil” by W. A. Hirst, January 1929, pág. 32.
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